“Mr. Sandman” de The Chordettes

Han pasado cerca de treinta años, pero la pesadilla fue tan horripilante que aún tengo el susto en el cuerpo. En sentido estricto es apenas una viñeta de la que solo recuerdo el final, pero cuidadito porque es bastante gore, así que si sois remilgados o estáis recién comidos igual preferís saltaros este párrafo. Me encuentro en el aseo de mi vieja casa de campo. Hora del día (o de la noche) indeterminada, pero el cuarto está en penumbra. Me estoy quitando espinillas frente al espejo cuando de súbito aflora de una de ellas un gusano blancuzco y repulsivo (no diréis que no os había avisado). No tardan en sumársele otros, hasta que mi rostro deviene un paisaje volcánico en plena actividad. Cuando cesa la erupción todo lo que me queda de cara es una fina costra cenicienta y manchada que podría arrancarme como una máscara. Pero no hay tiempo para eso: el cristal refleja parte de la bañera y observo aterrado que algo que allí yace comienza a levantarse. Doy la vuelta pero me faltan agallas para mirarlo de frente, así que mi vista empieza a recorrerlo de abajo a arriba. Calza unas botas de agua; por alguna razón eso es lo más espantoso de todo y al fin me despierto. Me llevó su buen cuarto de hora convencer a mi corazón, que se me había incrustado entre la nuez y el paladar, para que regresara a su sitio.

Se ve que aquella noche me pasé gravemente con el picante; o eso o El Hombre de la Arena estaba de un lamentable humor. Sandman (también podéis traducirlo como “El Arenero”) es un singular individuo del folclore anglosajón, cuya misión en la vida es arrojar su mágica arena sobre los ojos de los niños cuando cae la noche, para que así se duerman pronto, y sueñen. La cosa radica, claro está, en la naturaleza de esos sueños, detalle que la cultura popular ha aprovechado presentando al personaje desde ángulos muy distintos, del amable Ole Cierraojos de Hans Christian Andersen y el nefando Coppelius de E. T. A. Hoffman, al fascinante Morfeo de Neil Gaiman, epicentro este último de una de las mitologías más complejas y satisfactorias de la fantasía contemporánea. La música no podía dejar de aportar a la causa su granito de arena, nunca mejor traído, y en 1954 Pat Ballard compone “Mr. Sandman”, estrenada por Vaughn Monroe & His Orchestra con unos arreglos no muy convincentes. Poco más tarde apareció la versión de The Chordettes y la Sandmanmanía se disparó: en un suspiro la grabaron tantos artistas, y con tal éxito, que el 22 de enero de 1955 había hasta cuatro versiones distintas en el top-20 de las listas británicas, sin duda un récord difícil de igualar. En los sesenta años transcurridos desde entonces el tema se ha revisitado compulsivamente (hasta interpretaciones heavy metal hay por ahí); no obstante, las armonías camp de The Chordettes, un cuarteto ñoño con avaricia que enseguida se subiría a la ola del naciente rock & roll, son todavía inapelables. Si acaso apreciad en lo que vale el rústico swing del “Mr. Sandman” de Chet Atkins, aparecido tan solo dos meses después del de The Chordettes; fue el primer superventas del futuro gurú del sonido Nashville, con el que el country saldría de la sima donde el rock & roll lo había arrojado a patadas. Y ya metidos en harina, habrá de mencionarse la grabación de finales de los setenta de otras tres grandes del country, nada menos que las faraonas Emmylou Harris, Dolly Parton y Linda Ronstadt. En cierto modo podría considerarse la definitiva, pues tuvieron el buen gusto de no meterse en berenjenales y simplemente fusionaron lo mejor de las aportaciones de The Chordettes y Atkins, pero a cada uno lo suyo: al final de la entrada están las tres versiones, para que comparéis.

Y en el apartado “Para saber más”: La melodía de “Mr. Sandman” se sustenta en una secuencia de acordes muy efectiva, organizada a su vez en torno al llamado círculo de quintas. Como ya se ha explicado aquí, la química entre las notas do y sol de la escala musical está basada en un sencillo hecho físico: la frecuencia de la segunda es 3/2 veces la de la primera. Por la misma regla de tres, la nota cuya frecuencia es 3/2 veces la de sol es el re de la octava siguiente; tras re vendría la, y así sucesivamente. Iterando el proceso, se construye un circuito de 12 notas (el “circulo de quintas” de marras) que se cierra regresando al do inicial, solo que siete octavas más arriba; cuando las reubicamos a todas en la misma octava aparece la clásica escala de 12 semitonos, ya conocida por los pitagóricos, que es el esqueleto de la práctica totalidad de la música occidental. (Por ser precisos del todo, para que el círculo se cierre bien el factor por el que hay que multiplicar no es 3/2 sino 27/12=1.498307, pero nuestros torpes oídos compran el engaño porque son incapaces de reconocer la diferencia. Lo de “quintas” se refiere a que, aunque cada salto abarca 7 semitonos, ignorando bemoles y sostenidos solo contamos 5 notas por lo general. Por ejemplo: do-re-mi-fa-sol). Notemos que la rueda también puede girar en sentido descendente, multiplicando por 2/3 en lugar de 3/2, y de do pasaríamos al fa de la octava inferior, luego a la#, etcétera. (Más letra pequeña, que hoy tengo el cuerpo didáctico: como sol y fa son las notas más afines a do desde la perspectiva anterior, algo así como sus primas hermanas, si usamos do para fijar la tonalidad de una canción, los tres acordes básicos de la misma serían típicamente do mayor, sol mayor y fa mayor: tónica, dominante y subdominante). Volviendo a “Mr. Sandman”, la secuencia de acordes a la que me refería encadena nada menos que seis en quinta descendente, si-mi-la-re-sol-do, pero esa es solo la materia prima; la mano maestra del compositor se evidencia en mil y un pequeños detalles (casi todos los acordes de la cadencia son en séptima, por ejemplo) en los que no abundo pero que son de pura filigrana. El efecto es ligero y fluido, como si una noria girase y girase sin cesar; en dos palabras, de ensueño.

Me llevó su buen cuarto de hora convencer a mi corazón, que se me había incrustado entre la nuez y el paladar, para que regresara a su sitio

Como dijo no sé quién, cuando empieces a atesorar más recuerdos que sueños sabrás que tu juventud ha quedado atrás. Sueños en el sentido metafórico del término: proyectos, ilusiones, esperanzas. No sé si tendrá algo que ver, pero mis sueños (en el sentido onírico del término) parecen haber mutado de un tiempo a este parte; a veces me despierto con destellos de romances fallidos que se alzan de sus cenizas, memorias de personas queridas que dijeron adiós hace ya siglos, amistades del alma venidas a menos que cobran una intimidad renovada. Por un instante me esfuerzo en mantenerlos a flote, pero la arena de mis ojos se disuelve inexorable y solo me quedan legañas. No es que eche de menos al monstruo de las katiuskas, obviamente, pero ¿no podrías enviarme pesadillas de las de toda la vida, Hombre de la Arena?

Mr. Sandman / The Chordettes
Mr. Sandman / The Chordettes letra y traducción
Mr. Sandman / Chet Atkins
Mr. Sandman / Chet Atkins
Mister Sandman / Emmylou Harris, Dolly Parton y Linda Ronstadt
Mister Sandman / Emmylou Harris, Dolly Parton y Linda Ronstadt

3 comentarios sobre ““Mr. Sandman” de The Chordettes

  1. Háster Risco Contestar

    Ese último párrafo sobre la vejez es conmovedor, y no me resulta ajena tanta tristeza, pero no olvide que el tiempo pasa igual para todos y ninguno de nosotros merece más piedad que otro.
    Por otra parte, tal vez sea el momento de analizar aquella pesadilla juvenil. ¿No le resulta llamativo que su subconsciente una el recuerdo de aquella pesadilla con los sueños actuales? Un hombre se diluye frente al espejo, y abandonada la costra, en su mismo lugar frente al espejo resurge una entidad mayor con pies de agua. No me lo tome a mal, pero no creo que le faltaran a usted agallas para mirar a su particular Sandman de frente; creo que su vista empieza a recorrerlo de abajo a arriba porque era en su propia cabeza desde donde estaba mirando. Con ello, su subconsciente le aterrorizó mostrándole oníricamente la verdadera gravedad del transcurso del tiempo, que acaba por convertirnos en ruinas, monstruos surgidos de nuestras propias excrecencias, gigantes con pies de agua cuya húmeda huella habrá de contener un recinto subterráneo acaso similar a una bañera.

    • Música y ajedrez de diez Autor del artículoContestar

      ¡Joroba, Háster, es usted único dando ánimos!

      Así pues, si su teoría es correcta, el monstruo de las botas de agua no sería otro que un yo futuro decrépito y delicuescente. Pues esto sí que me espanta de veras: ¡le hago personalmente responsable de las pesadillas que sufra esta noche! Lo peor de todo es que formula su argumento con tanta finura que no veo por donde meterle mano…

  2. Háster Risco Contestar

    No me haga mucho caso. A veces veo cosas sin sentido. Soy un viejo que pasa de los cincuenta. Describe usted al monstruo de la bañera como si fuera la swamp thing de Bernie Wrightson https://s-media-cache-ak0.pinimg.com/originals/15/67/27/1567279f1e4e55c39620b6f3006b602b.jpg Por alguna razón, las “botas de agua” me parecen propias del oficio de enterrador. Y la bañera es imagen de la tumba, un sepulcro blanqueado normal y corriente, es decir, no necesariamente farisáico (el Evangelio no reprochaba la higiénica cal sino la inmundicia interior; de ahí que sospechemos lo redactasen esenios partidarios de la icineración).
    Evitemos la melancolía. Anatema contra la nostalgia. Observaba Borges, tan poéticamente, que en algún lugar hay una puerta que hemos cerrado para siempre, un espejo que nos ha visto por última vez. Yo aún no alcanzaba los ocho años edad la primera completa semana que pasé enteramente separado de mis padres en aquel campamento veraniego de la OJE (Organización de Juventudes Españolas), cuando aterrorizado comprendí que en este mundo somos un puro tránsito.

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