Cincuenta sombras de libros…

Quizá, en algún universo paralelo, exista un yo alternativo más cumplidor y eficiente, currándose las reseñas pendientes hasta las cien prometidas. El yo que está a vuestro alcance no dio para más, así que tendréis que conformaros con la lista monda y lironda y (si acaso) una escueta presentación. A falta de mejor criterio, he ordenado los libros por su fecha de publicación. Hay de todo: obviedades y rarezas, cosas más y menos modernas, fantasía, humor, ciencia ficción, intriga, horror. Hay de todo, menos mediocridad. Cincuenta sombras de Grey no está, evidentemente.

1. Las aventuras de Arthur Gordon Pym de Edgar Allan Poe (23-8-2019)

No solo el primero que se escribió de la lista, también el primero que leí, tendría unos diez años como mucho. Como evidencian los otros noventa y nueve de la serie no se sobrevive a una experiencia así, a esa edad, sin secuelas. Quizá inspirado por los truculentos sucesos del famoso motín del HMS Bounty, a Poe se le antojó escribir una novela de aventuras marineras, pero había demasiados delirios y obsesiones en su genial mollera como para que cupiesen en el formato. En efecto, Poe somete al joven Pym, polizón a bordo del Grimpus, a un catálogo de atrocidades que inspirarían compasión hasta al inquisidor más retestinado: hambre, sed (esto con especial insistencia), ahogamientos, ataques de perros medio rabiosos, enterramientos en vida, tiburones, canibalismo… De vez en cuando, el autor se (nos, le) da un respiro y explica, con precisión científica, el correcto amarre de la carga en un mercante o las peculiares sinergias entre pingüinos y albatros antárticos. ¿Un truco para dar verosimilitud al relato? Qué risa. Al cabo su desquiciamiento congénito, como no puede ser de otra manera, suelta amarras, y de algún modo Arthur pone rumbo a un polo sur de pesadilla repleto de salvajes y aguas hirvientes. El final no-final, rubricado por ese ¡Tekeli-li! que décadas más tarde descifraría otro cósmico tarado, H. P. Lovecraft, sigue siendo uno de los más irritantes y mágicos de la historia de la literatura.

Música y ajedrez que vienen a cuento: Aunque bostoniano de nacimiento, Poe se educó en Richmond, en la sureña Virginia. Cómo no acordarse, entonces, del más célebre ajedrecista a ese lado de la línea Mason–Dixon, tan talentoso y malogrado, por cierto, como él. Hablo, naturalmente, de Paul Morphy. Escuchar a Mark Knopfler nunca es tiempo perdido, ya que ha salido el tema, pero la recomendación musical canónica, tratándose de Poe, es obviamente “To one in paradise”, por algo la añadí el mes pasado a la colección.

Narración de Arthur Gordon Pym
Narrative of Arthur Gordon Pym (original en inglés)

2. Las aventuras de Alicia de Lewis Carroll
3. El extraño caso del doctor Jekyll y el señor Hyde de Robert Louis Stevenson
4. Los tres impostores de Arthur Machen
5. El corazón de las tinieblas de Joseph Conrad
6. Historias de fantasmas de un anticuario de M. R. James
7. Los sauces de Algernon Blackwood
8. La casa en el confín de la tierra de William Hope Hogdson
9. El candor del Padre Brown de Gilbert K. Chesterton
10. La venganza de Don Mendo de Pedro Muñoz Seca
11. El proceso de Franz Kafka
12. Out of silence de Erle Cox
13. Los mitos de Cthulhu de H. P. Lovecraft
14. ¡Espérame en Siberia, vida mía! de Enrique Jardiel Poncela
15. Turnabout de Thorne Smith (29-4-2019)

Nos faltaba una novela en torno a la clásica batalla entre los sexos. ¿He dicho clásica? Tim y Sally Willows son jóvenes y atractivos, pero su matrimonio comienza a resentirse. A ella se le cae la casa encima, él detesta su trabajo como publicista; ambos, en suma, quisieran ser el otro, pero recibirán más de lo que esperan cuando un juguetón dios egipcio les intercambie los cuerpos. Las implicaciones pondrían de los nervios a todo ideólogo de género ortodoxo, particularmente cuando Sally se viene arriba y deja embarazado a su marido. La pareja, esto hay que subrayarlo, gestiona el trance con bastante flema, aliviados por la ingesta (parece mentira que sean los años de la Ley Seca) de cantidades monumentales de ginebra; de la casa parroquial al paritorio, de los juzgados a la morgue, todo es loquísimo (evidentemente), picante en su justo punto e irresistiblemente gracioso. Un aparte cariñoso para Carl Bentley, el donjuán del barrio, que no disfrutará de un momento de sosiego: primero Tim (todavía en su versión teóricamente “normal”) aplanará sus ardores por Sally con el rodillo de cocina; más tarde, sin otro atavío que esos calzoncillos de cuerpo entero que los caballeros gastaban entonces, será perseguido a tiro limpio por el preñadísimo esposo (la insegura trampilla trasera de sus gayumbos, dicho sea de paso, no ayuda en nada a dignificar el espectáculo). Turnabaout no se ha traducido, ni probablemente se traduzca nunca, al español, pero es casi mejor porque el chispeante ingenio de Thorne Smith luce de lujo en su lengua original.

Música y ajedrez que vienen a cuento: Que sí, que ya, que lo sé, que esto de la identidad sexual y el transgénero no es cosa de mofa, y lo traté con la seriedad correspondiente en mi entrada sobre Antony and the Johnsons y su “Man is the baby” (Hegarty, por cierto, se hace llamar actualmente “Anohni” y prefiere ser considerada mujer). Dicho lo cual, Turnabout se merece que rematemos la jornada con una sonrisa, y este problema “del revés” de T. R. Dawson os la arrancará a buen seguro.

Turnabout (original en inglés)

16. Un mundo feliz de Aldous Huxley
17. The last bouquet de Marjorie Bowen
18. The cadaver of Gideon Wyck de Alexander Laing
19. Hacedor de estrellas de Olaf Stapledon
20. La bestia debe morir de Nicholas Blake
21. El extranjero de Albert Camus
22. Ficciones de Jorge Luis Borges
23. Rebelión en la granja de George Orwell
24. El tiempo de la noche de William Sloane (23-2-2019)

Ya nos temíamos que doctorarse en ciencias no está pagado, pero esto es pasarse de la raya. Bark Jones vuelve a casa con el penosísimo deber de explicar a su padre adoptivo las circunstancias del suicidio de su medio hermano y mejor amigo, Jerry Lister. No es fácil, porque no tiene sentido: en teoría, Jerry estaba felizmente casado con Selena, una mujer imposiblemente hermosa, y cuya inteligencia anda a la par de su belleza. A lo largo de toda esa noche, confortados por el excelente jerez del doctor Lister, ambos revisarán los pormenores del caso en busca de respuestas; un caso que arranca, meses atrás, con el no menos insólito fallecimiento, aparentemente por combustión espontánea, del primer esposo de Selena y profesor de Jerry, cuyos descubrimientos matemáticos han puesto en solfa las teorías cosmológicas de todo un Einstein. Híbrido inclasificable de ciencia ficción, horror, misterio y fantasía, esta fantasmagórica vuelta de tuerca al mito de la sirenita es mucho mayor que la suma de sus partes.

Música y ajedrez que vienen a cuento: Los anglosajones aplican el afortunado sobrenombre de “torch song” (literalmente “canción antorcha”) a una pieza de perfil jazzístico-melódico donde el intérprete lamenta sentidamente la pérdida o imposibilidad de un amor. En el blog las hemos tenido en abundancia, y estando Queen tan de moda sería un despropósito no recuperar esta tremenda trilogía del irremplazable Freddie. Máxime porque de paso refrescáis vuestros conocimientos relativistas, lo que viene bastante al caso. Más (que no se apague la llama) un problema de achicharramiento de todo un profesor de Álgebra de la Universidad de Karlsruhe.

El tiempo de la noche
To walk the night (original en inglés)

25. Titus Groan de Mervyn Peake
26. El hombre demolido de Alfred Bester
27. El Señor de los Anillos de J. R. R. Tolkien
28. Doce hombres sin piedad de Reginald Rose
29. Pedro Páramo de Juan Rulfo
30. El talento de Mr. Ripley de Patricia Highsmith
31. Solaris de Stanisław Lem (9-10-2019)

Mal que le pese a la crítica anglosajona, cuyo ombligo tiene el diámetro de la Vía Láctea, Solaris es una de las obras capitales de la ciencia ficción. Se entiende el resabio: Stanisław Lem pensaba, y no se lo callaba, que el nivel literario del género en Estados Unidos era paupérrimo. Peor todavía: subvirtiendo el más sagrado de sus asuntos, el del contacto con una inteligencia alienígena, el libro cobra tintes de parodia. Porque el océano que cubre Solaris es aparentemente consciente (el planeta orbita en una trayectoria contraria a las leyes físicas), y sin embargo se muestra impermeable, desde hace décadas, a toda clase de comunicación. El diálogo de sordos se torna bidireccional cuando los científicos de una estación de vigilancia reciben unas sorprendentes e indeseadas visitas; en el caso del protagonista del relato, Kris Kelvin, un enamorado (e indestructible) clon de su esposa, de cuyo suicidio, años atrás, se siente responsable. La maestría con que Lem encierra a Kelvin en el laberinto lógico, psicológico y emocional que supone reencontrarse con quien es y no es a la vez su amor perdido basta para hacerle un hueco a Solaris en mi top cien; y no obstante, no es más que una trama subordinada a la tesis principal de la novela. La cuestión de fondo es que no es posible imaginar inteligencias ajenas a la nuestra, y todo esfuerzo en tal dirección es vano. El pecado no es solo de la ciencia ficción; la solarística deviene tan carente de propósito como la teología.

Música y ajedrez que vienen a cuento: Solaris se ha llevado a la pantalla en tres ocasiones, de las que debemos descartar de inmediato dos: el telefilme ruso de 1968, porque lo habrán visto unas siete personas a este lado de la Puerta de Brandenburgo, y la película norteamericana de 2002, porque es infame. Esto último ofende especialmente en vista de los monstruos de la industria que la perpetraron, Steven Soderbergh (director), George Clooney (protagonista) y James Cameron (productor); no pienso perdonárselo hasta que no peregrinen de rodillas a la tumba del maestro Lem en Cracovia. Nos quedaría la de 1972, Gran Premio del Jurado en Cannes y jaleada en su día como la respuesta soviética a la eterna 2001: Una odisea en el espacio de Kubrick. El padre de la criatura, cómo no, Andrei Tarkovski, a quien debían pirrarle este tipo de dramas metafísico-futuristas. Mitad genial y mitad anestesia general, es decir, en su línea, la cinta (lo mismo que la de Soderberg) se centra en la empanada romántica entre Kris y su reconstruida Harey, lo que no entusiasmó especialmente al escritor polaco: “si hubiese querido escribir un libro sobre las cuitas eróticas de la gente lejos de la Tierra lo habría titulado Amor en el espacio exterior y no Solaris”, vino a decir. Lo que no cabe discutirle a Tarkovski es su buen oído: el preludio coral de Bach que se escucha repetidas veces en la película no puede estar mejor traído, porque así era justo la música de este genio, profunda e indescifrable como un océano. Para el ajedrez me vale la partida de Janowski que colgué hace (relativamente) poco, no tanto por la ascendencia polaca del sujeto, que también, como por el clon pero no del todo de la misma que disputaron Mikenas y Kashdan en la Olimpiada de Praga.

Solaris
Solaris (original en polaco)

32. 1280 almas de Jim Thomson
33. Dune de Frank Herbert
34. Bill, héroe galáctico de Harry Harrison
35. Cien años de soledad de Gabriel García Márquez
36. Los libros de Terramar de Ursula K. Le Guin (1-1-2021)

En el mundo de Terramar la magia es muy real. La clave es semántica: desde el comienzo de los tiempos cada cosa, cada ser, tienen un nombre verdadero y secreto, y su conocimiento otorga poder sobre ellos. No es tan simple, por supuesto; hacen falta un raro don natural, y años de entrenamiento, para lograr que el uso de esos nombres surta efecto. En Terramar la magia es muy real, y su práctica tiene un coste. Pues el universo se sostiene en un precario equilibrio, y cualquier acto mágico, por nimio que parezca, lo altera sutilmente. Si calmas una tormenta para que tu barco navegue más plácidamente, puede que una gran ola arrase una aldea pesquera a cientos de leguas; si surcas el cielo transformado en halcón, parte de la esencia de ese animal impregnará tu alma para siempre. De ahí que la grandeza de un mago se mida no solo por el alcance y la intensidad de su poder, sino también por la prudencia con que lo administra.

En sus libros de Terramar Ursula K. Le Guin tradujo en fábula literaria, con una brillantez inusitada, su visión taoísta de la existencia. Es lo del yin y el yang, el perpetuo equilibrio entre acción e inacción, lo masculino y lo femenino, aire y tierra, luz y sombra; que en modo alguno han de identificarse con lo bueno y lo malvado pues no son sino caras de una misma moneda, igual que la ladera en penumbra y la iluminada son parte de la misma montaña, y una se vuelve la otra en función de la posición del sol. Y no obstante, releyendo la saga durante el confinamiento, me pareció que también podía interpretarse como una grandiosa metáfora del amor, del amor verdadero. Porque ¿qué cosa hay, más mágica en el mundo, que el amor? Y cuando lo revelamos a la persona amada, ¿no es como si le confiáramos nuestro nombre secreto, dándole así un inmenso poder sobre nosotros?

Música y ajedrez que vienen a cuento: Respecto al ajedrez, cero dudas: no ha habido más que un auténtico mago del juego, el de Riga, cuyo nombre verdadero fue Mikhail Tal. Dicho esto, los nombres verdaderos no dejan de ser palabras, que a su vez se escriben con letras (bueno, con runas, pero no nos pongamos técnicos), y aunque ya los recomendé para otro libro nunca viene mal practicar caligrafía con los “problemas letra” de Hannemann y Holliday. (Por cierto, no es por presumir, pero lo que comenté al hilo de mi reseña de La mujer de piedra está de plena actualidad. La burrificación de nuestros chavales prosigue a un excelente ritmo, acelerada por los despiporres online que ha traído la pandemia, y tenemos una nueva ley de educación con todavía menos fuste que la anterior, cosa nada sencilla.) En cuanto a la música, os subí ayer un par de preciosas canciones que precisamente orbitan sobre el poder de las palabras. Y también sobre la luna, hablando de orbitar, y hablando de hechicerias; pues no en vano el plenilunio se ha considerado desde tiempos ancestrales como especialmente propicio a los encantamientos. Y no me vengáis con que en realidad sí es absolutamente en vano, porque ponerse racionalistas en Navidad es de un gusto de lo más atroz.

Los libros de Terramar:
Un mago de Terramar
Las tumbas de Atuan
La costa más lejana
Tehanu
Cuentos de Terramar
En el otro viento

Originales en inglés:
A wizard of Earthsea
The tombs of Atuan
The farthest shore
Tehanu
Tales from Earthsea
The other wind

37. 2001: una odisea espacial de Arthur C. Clarke
38. La amenaza de Andrómeda de Michael Crichton (27-8-2021)

Venga, conspiranoicos, ¿qué aburrimiento es eso del virus escapado de un laboratorio de Wuhan? Vosotros podéis hacerlo muuucho mejor. Empezad planteándoos lo siguiente: ¿qué tipo de vida extraterrestre será la primera que descubramos? Pues, sabiendo que un 80% de la terrestre es unicelular, descartad alienígenas de ojazos azules que añoran su cassssa; se tratará, con toda probabilidad, de alguna clase de microorganismo ubicado en los confines de la atmósfera, evolucionado a partir de cierta bacteria primigenia, a saber de qué inconcebible modo, tras eones de radiación cósmica. La siniestra administración estadounidense tiene seguro sondas en órbita a ver si pesca alguno, con la indudable intención de reciclarlo como arma biológica; y no sería de extrañar, pero para nada (más con la de chatarra espacial y meteoritos que rulan por ahí arriba), que alguno de estos satélites se desmandara y se estrellara con su ominoso pasajero sobre alguna indefensa ciudad.

En fin, la buena noticia es que la ciudad (Piedmont, Arizona) es un remoto pueblucho de solo 48 habitantes; la mala, naturalmente, que la palman todos, la mayoría en cuestión de segundos, unos pocos suicidándose de maneras bastante pintorescas. Bueno, todos no; por algún inexplicable motivo, un abuelete adicto al garrafón más infecto y un inconsolable bebé han sobrevivido indemnes al mortífero bicho. Pero tranquilos, todo está controlado: hay una bomba atómica en camino para desinfectar la zona a conciencia; y en unas instalaciones supersecretas del Gobierno, bajo draconianos protocolos de seguridad, un brillante equipo de científicos investiga el microbio para desentrañar sus misterios. ¿Qué podría salir mal? Redactado al modo de un dosier técnico-periodístico que mezcla ciencia completamente sólida y pseudojerga de lo más plausible —incluyendo páginas y páginas de bibliografía espuria; relatado con un admirable sentido del ritmo y del suspense, que la aparente aridez del material no hace sino exacerbar; y cerrado con un desenlace que puede parecer anticlimático pero posee la contundencia lógica de un teorema (insinuado muchas páginas antes, como en los whodunits de ley), La amenaza de Andrómeda inaguró un subgénero enteramente nuevo de la narrativa de ficción, el techno-thriller, que fusiona elementos de ciencia ficción dura y la novela de detectives. Escribiría después otros más gordos, en varios sentidos de la palabra (Parque Jurásico, por ejemplo), pero este es el libro de Michael Crichton que hay que leer.

Musica y ajedrez que vienen a cuento: Si seguís aquí, conspiranoicos, haríais muy buenas migas con Alexander Kazantsev y su fantástica teoría del “bólido de Tunguska”, otro caso célebre de tropa alienígena despachurrada contra la Tierra de la peor manera (y veríais, ya que estáis, un estupendo estudio que arranca con una lluvia de estrellas y colapsa a lo supernova). En realidad, la distinción entre vida terrestre y extraterrestre podría ser esencialmente superflua, al menos si compramos la teoría de la panspermia, donde los cometas hacen el papel de enormes espermatozoides, rebosantes de protomateria orgánica, a la búsqueda de ovulazos (léase planetas) en los que incrustarse. (No, esto no es un invento de Kazantsev. Es científico. Ya sé que no lo parece. Pero lo es.) Visto así, y poniéndonos líricos, la estela de diamantes que derrama a su paso el cometa de santa Judit tendría un valor si cabe más incalculable; visto así, porque si lo vemos en plan La amenaza de Andrómeda, y ya costaba trabajo dormir a ese crío…

La amenaza de Andrómeda
The Andromeda strain (original en inglés)

39. Crash de J. G. Ballard
40. La mirada del observador de Marc Behm
41. El corazón del ángel de William Hjortsberg
42. La historia interminable de Michael Ende
43. White light de Rudy Rucker
44. Neuromante de William Gibson
45. Libros sangrientos de Clive Barker
46. El juego de Ender de Orson Scott Card
47. La mujer que caía de Pat Murphy
48. Snow Crash de Neal Stephenson
49. Cuarentena de Greg Egan
50. Teatro Grottesco de Thomas Ligotti

La serie regular

51. La noche del cazador de Davis Grubb
52. El lector del tren de las 6.27 de Jean-Paul Didierlaurent
53. El retrato de Dorian Gray de Oscar Wilde
54. La tierra permanece de George R. Stewart
55. La maldición de Hill House de Shirley Jackson
56. El prestigio de Christopher Priest
57. El desierto de los tártaros de Dino Buzzati
58. El cuarteto de Los Ángeles de James Ellroy
59. Horizontes perdidos de James Hilton
60. Zothique de Clark Ashton Smith
61. Marciano, vete a casa de Fredric Brown
62. La mujer de piedra de Ruth Rendell
63. The track of the cat de Walter Van Tilburg Clark
64. El perfume de Patrick Süskind
65. Historias de tu vida de Ted Chiang
66. Soy leyenda de Richard Matheson
67. Al salir del infierno de John Franklin Bardin
68. Si una noche de invierno un viajero de Italo Calvino
69. Lolita de Vladimir Nabokov
70. Pícnic junto al camino de Arcadi y Boris Strugatski
71. El pájaro pintado de Jerzy Kosinski
72. Adiós, muñeca de Raymond Chandler
73. El bosque animado de Wenceslao Fernández Flórez
74. The man from Earth de Jerome Bixby
75. El hombre hueco de John Dickson Carr
76. Cuentos de lo extraño de Robert Aickman
77. El tercer policía de Flann O’Brien
78. Flores para Algernon de Daniel Keyes
79. La fábrica de vinagre de Edward Gorey
80. Los amigos de Eddie Coyle de George V. Higgins
81. Cuentos de un soñador de Lord Dunsany
82. Don Camilo de Giovanni Guareschi
83. Johnny cogió su fusil de Dalton Trumbo
84. Trilogía de la Fundación de Isaac Asimov
85. El misterio del ataúd griego de Ellery Queen
86. La naranja mecánica de Anthony Burgess
87. La conjura de los necios de John Kennedy Toole
88. La invención de Morel de Adolfo Bioy Casares
89. Never come back de John Mair
90. Fantasmas de Peter Straub
91. Las casillas de la ciudad de John Brunner
92. El principito de Antoine de Saint-Exupéry
93. Cumbres Borrascosas de Emily Brontë
94. Cántico por Leibowitz de Walter M. Miller Jr.
95. La mujer fantasma de Cornell Woolrich
96. The exploits of Engelbrecht de Maurice Richardson
97. Crónicas marcianas de Ray Bradbury
98. La saga de Fafhrd y el Ratonero Gris de Fritz Leiber
99. El Golem de Gustav Meyrink
100. El Palacio de la Luna de Paul Auster