Minić-Planinc, Rovinj/Zagreb 1975

La de Albin Planinc (1944-2008) es otra de esas historias de esplendor y dolor como solo el ajedrez nos puede ofrecer. Ya había sido campeón juvenil y absoluto de Eslovenia (entonces parte de Yugoslavia), pero en 1969 causó sensación cuando, para sorpresa de propios y extraños, ganó un importante torneo en Liubliana superando a diez reconocidos grandes maestros. Eso, por las tardes; las mañanas hacía su turno en la fábrica de bicicletas donde trabajaba. El mayor éxito de su carrera vino cuatro años después, en el supertorneo IBM de Amsterdam, donde compartió el primer puesto con Petrosian delante, entre otros, de Kavalek, Spassky, Szabó, Andersson, Ribli y Timman. No solo ganaba: deslumbraba con un estilo “saque y volea” en la mejor tradición de Tal y Nezhmetdinov donde las ideas brillantes e inusuales proliferaban como setas.

Pero ya entonces había algo que no cuadraba. Parecía ensimismado, no hablaba, no se relacionaba con nadie. En realidad Planinc incubaba una severa depresión, con ribetes paranoicos, que no tardó en hacer mella en su juego. De 1975 en adelante acabó en los últimos puestos de casi todos los eventos donde participó, y tras el memorial Rubinstein de 1979 —otro gran artista del tablero malogrado por la locura, qué horrible coincidencia— se retiró. Los últimos años de su vida los pasó recluido (como su madre) en un sanatorio mental de Liubliana.

Así y todo la luz retornaba esporádicamente. Una partida en concreto de uno de esos desastrosos torneos finales incluye un sacrificio de dama (en cierto modo dos) que te deja sin respiración. Me encomiendo a un testigo presencial, Raymond Keene, para que os la presente. “No decía nada a nadie, al menos de palabra. Cuando analizaba solo mencionaba las jugadas, no lo que pensaba de ellas. No podía gustarte ni disgustarte, no parecía que hubiera nadie allí. Tenía un modo extraño de caminar, muy despacio, como un lagarto. Pero tenía ideas fabulosas. Vi desarrollarse una de sus partidas, contra el gran maestro Minić, y apenas daba crédito a mis ojos. ¡Qué ajedrez tan asombroso!”.

Minić-Planinc, Rovinj/Zagreb 1975

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