Finales de los ochenta. Amortizada la Movida Madrileña, y a contracorriente de la distorsión guitarrera grunge que se había adueñado de la escena independiente nacional, surgía en San Sebastián, como por generación espontánea, una peculiar corriente musical. Años después se la denominaría, un poco exageradamente, «Sonido Donosti», puesto que apenas eran tres bandas (Family, Le Mans y La Buena Vida), conectadas además por potentes lazos de consanguinidad. Javier Aramburu, por ejemplo, uno de los miembros de Family, fue el ilustrador de casi todas las portadas de sus discos (con el tiempo se convertiría en uno de los diseñadores gráficos más respetados de España); y componentes de Le Mans y La Buena Vida se mezclaron en proyectos paralelos (El Joven Bryan Superstar y Daily Planet) para explorar ideas que no tenían encaje en los grupos principales. Más un curioso solapamiento cronológico: sus álbumes debut aparecieron en el espacio de unas pocas semanas, a finales de 1993.
Más que las afinidades musicales, escasas entre Family y los otros dos, lo que les hermana es la actitud. Alérgico a los decibelios y la grandilocuencia lírica, nublado como el clima de la ciudad, el Sonido Donosti apuesta por piezas escuetas y sin pretensiones, que narran con voces frágiles y palabras simples las desventuras del día a día. Ensayaban cuando sus ocupaciones lo permitían, les incomodaba actuar en público, fueron inmunes a los manoseos de las discográficas. En suma, nunca se tomaron a sí mismos demasiado en serio, imagino que dando por hecho que no perdurarían; tal vez sea esa, justamente, la razón por la que lo han hecho.
Le Mans: los pensativos. Y también los más precoces, en 1989 ya contaban con un elepé, bajo la marca Aventuras de Kirlian. La mudanza a Le Mans, más cosmética que otra cosa, consistió en añadir un batería, para sonar más compactos en los conciertos, y desembarazarse de un nombre que les parecía demasiado «hippie y sinfónico». Por lo demás, la esencia de aquel trabajo primigenio reaparece intacta en el homónimo Le Mans, sin duda el disco idóneo con el que empezar a hacer amistades con el Donosti Sound. Sus influencias, muy variadas y un poco inesperadas, desde mitos del funk y el soul a medio leyendas jangle como Orange Juice y Felt, pasando por la sedosas nostalgias de la chanson francesa y la bossa nova y la lisergia cañí de Vainica Doble. Más tarde se quejarían de que la crítica los había sobrevalorado, renegaron de estas canciones y, tras su soberbio Entresemana (1994), se despidieron con Saudade (1996) y Aquí vivía yo (1998), donde viran a un pop más irónico, sofisticado y, todo hay que decirlo, bastante deprimente. Del que reniego yo, porque si andas con el ánimo en la reserva y quedas con los amigos, no es para que te recuerden que eres recordman mundial en pringadez.
«Un rayo de sol» es el único tema de su primera etapa que salvaban de la quema; uno de los pocos de su discografía, además (esto lo admitían casi como un pecado), que puede considerarse medio bailable. No falta el guiño cultureta: el riff del teclado calca intencionadamente la trompeta de «Running away», uno de los hits de Sly & The Family Stone. Oyendo a la pobre camarera, resignada a servir cafés a su enamorado cuando aparece por el bar con el ligue de turno, te preguntas dónde diantres está el rayo de sol al que se alude en el título. Hasta que caes en la cuenta de que se trata de la propia canción.
Un rayo de sol / Le Mans
Un rayo de sol / Le Mans letra de la canción
Family: los misteriosos. Con lo de misteriosos me quedo cortísimo, porque Un soplo en el corazón, el único disco que grabaron, es el enigma por antonomasia del indie español. Parte del hype en torno al álbum, del que se han dicho cosas tan superlativas que te sientes un poco culpable si no te desmayas a la primera escucha, tiene seguramente que ver con el secretismo del dúo. Ninguno ha concedido una entrevista decente en su vida, y de Iñaki Gametxogoikoetxea, el bajista, es que no sabe nada de nada.
A falta de otro pan, disponemos al menos de las tortas de sus maquetas, que nos permiten apreciar cómo evolucionaron las primeras versiones de las canciones (entonces se hacían llamar El Joven Lagarto) hasta su definitiva publicación. Es intrigante, porque las melodías y las letras ya están ahí, pero no la magia. El olvidado productor del elepé, Rodrigo Silva Ramos (también artífice, recordad lo de la consanguinidad, de Le Mans), ha reivindicado su contribución con cierta amargura, y creo que con razón. La orgánica calidez de las guitarras, un protagonismo del bajo muy a lo New Order, la apuesta por el cutre sintetizador Roland (solo lo vendían ya en tiendas de segunda mano), la frialdad desesperanzada de la voz de Javier; de repente todo cuadra, y al feo patito tecno le crecen alas de cisne.
Un soplo en el corazón no es el disco perfecto que sus acérrimos proclaman, por la obvia razón de que musicalmente es bastante limitado, a ratos casi elemental. Pero en el fondo da lo mismo, como propuesta artística es irresistible. Porque sus textos presuntamente ingenuos, a caballo entre lo naíf y lo onírico, se alían con los sencillos acordes y desentierran cosas: el olor del viento en las tardes de verano, amores de adolescencia que te incendian el pecho, el anhelo de huir, a lomos de un cohete, de un planeta que no es el tuyo. «Nadadora» es, para mi gusto, el tema donde su extraño modus operandi cuaja con más limpieza: unas pinceladas de azul, otras color membrillo; un riff prominente con el sintetizador, detalles del órgano, mucho más dulces, en segundo plano; los pelos de punta en cuestión de segundos.
Cuando, a cuenta de su reedición en vinilo, los de jenesaispop.com reevaluaron el álbum en 2014, modificaron un poco la ficha técnica («Calificación:», «Canciones recomendadas:», «Te gustará si te gustan:», «Escúchalo en:») que incluyen al final de sus reseñas. En este caso escribieron: «Te gustará si… eres persona». Yo no miro a nadie.
Nadadora / Family
Nadadora / Family letra de la canción
La Buena Vida: los majos. Si en la urbanización Donosti Sound Le Mans es el profesor ensimismado que siempre parece con la cabeza en otra parte, y Family el tío huraño que ni te mira cuando saca a pasear al perro, La Buena Vida sería tu vecino de confianza, ese al que le dejas las llaves para que te riegue las macetas en vacaciones y que siempre te invita a las barbacoas en su dúplex.
Su relativamente larga trayectoria, abortada por la retirada por motivos familiares de Irantzu Valencia, la cantante, en 2009, y el fallecimiento del bajista Pedro San Martín en 2011, no estuvo exenta, como es lógico, de altibajos. La comparación con Le Mans, con los que compartían muchos referentes (añadid al potaje el condimento, siempre bienvenido, de los Beatles y los Smiths), es obligatoria. En general, podría decirse que maduraron con más esfuerzo (su maxisingle de 1992 da por momentos vergüenza ajena, seamos francos), pero que lo hicieron mejor. La crítica destaca Soidemersol (1997) y Hallelujah! (2001) como sus trabajos más logrados. Yo prefiero, sin embargo, los teóricamente menores Álbum (2003) y Vidania (2006); son, a mi modo de ver, los que mejor comunican esa melancolía estoica y sin aristas tan característica de su música.
Pocas dudas a la hora de elegir «Qué nos va a pasar», el tema fundamental de Hallelujah!, para homenajearlos: en 2008 fue elegida la mejor canción del indie español de siempre, en una votación organizada por Radio 3 y la Unión Fonográfica Independiente. Inspirarse en el desmoronamiento de un relación amorosa para escribir una canción tiene poco mérito, Joaquín Sabina, sin ir más lejos, ha hecho toda una carrera de eso. Cosa distinta, por supuesto, es que lo que salga sea bueno, y no digamos ya constructivo. Es decir, que no inspire a quien la escuche y esté pasando por un trance así a cortarse venas, saltar de puentes o actuaciones radicales por el estilo. Los de La Buena Vida lo enfocan llamando a las cosas por su nombre, y recordándonos que hasta las emociones más intensas caducan con el tiempo. Entretanto, hilvanan las voces de Irantzu y Mikel Aguirre, reconfortantes como el chocolate caliente en un día de perros, con unos violines tremendos que trepan en espiral hasta el cielo; tejiendo así, como al despiste, una manta con la que arroparte.
Doy por hecho que décadas de avances en psicoterapia han producido tratamientos más refinados y eficaces que este, pero no está mal para ser gratis y durar cuatro escasos minutos. Aparte, ¿con qué psicólogo te vas hoy en día de barbaboa tras una entrevista?
Qué nos va a pasar / La Buena Vida
Qué nos va a pasar / La Buena Vida letra de la canción
Posdata incómoda, pero necesaria. Solo he visto un sitio de Internet (y he buscado mucho) donde se menciona el Sonido Donosti en el contexto del terrorismo etarra. En un entrevista en el número 7 de Mondo Brutto (otoño de 1995), preguntan a Teresa Iturrioz, letrista y bajista de Le Mans, qué sintieron cuando, tras el brutal asesinato de Gregorio Ordóñez, la radio emitió un homenaje donde se programó música de su grupo, Family y La Buena Vida. Teresa se sale por la tangente con el argumentario habitual: «soy totalmente apolítica», «no comulgo ni con el nacionalismo vasco ni con el español, soy ciudadana del mundo», «el atentado me parece fatal pero igual no acertaron porque a saber las ideas de cada cual», etc. Líbreme Dios de criticarla, tenías que ser un héroe para decir otra cosa en esos tiempos de plomo. Ahora bien: años noventa, donostiarra, creativo, sensible, decente y prudentemente cobarde. ¿Cómo te las ingenias para no respirar un humo tan horrible y emponzoñado? Quizá surcando bien abrigado las nubes, montado en un cohete naranja, hasta que encuentres un rayo de sol.