La música: “Nightswimming” de R.E.M. (Memorias del preverano, segunda parte)
Entre mis recuerdos más dorados del “preverano” están las meriendas en el huerto de mi amigo Gero. La familia de Gero era una de las más acaudaladas del pueblo pero también, al contrario de lo que suele ocurrir en estos casos, muy generosa. En cuanto acababa el curso era ritual obligado pasar una tarde en su fantástico huerto, donde disfrutábamos del opíparo refrigerio y la espléndida piscina con la misma avaricia y falta de remordimientos con que te atiborras a chocolate y galletas cuando has pasado un día entero de excursión por el monte. Fue en uno de esos saraos, dicho sea de paso, donde escuché por vez primera “Alone again (naturally)”.
Allí estuve de nuevo hace poco, celebrando esta vez la comunión de uno de los hijos de Gero, y me reencontré con algunos de los amigos con los que compartí esas míticas meriendas. En la sobremesa charlaba con dos de ellos de no sé qué trivialidades cuando por la música ambiente sonó, que ya es casualidad, la extraordinaria canción de Gilbert O’Sullivan. Comenté en broma que Gero llevaba treinta años sin renovar la discoteca y entonces uno de mis amigos, un punto más serio de repente, contestó, señalando una altísima palmera que teníamos al lado: “¿Te acuerdas de cuando nos pinchábamos con sus hojas al sentarnos en el balancín?”. Fue como si el círculo del tiempo se cerrara y volviéramos, por un instante, al kilómetro cero de aquellas tardes remotas. Qué momento.
Por alguna inexplicable razón tengo el privilegio de conservar estos excelentes amigos de la adolescencia. Digo “inexplicable” porque no soy consciente de haber hecho mucho esfuerzo por mantenerlos y tan solo nos vemos de uvas a peras. Supongo que al final ha sido, principalmente, cuestión de azar. Estoy convencido de que la gente no cambia, aunque es verdad que con los años nos vamos recubriendo de un barniz protector con el que pretendemos parecernos a la persona que nos gustaría ser (o más exactamente, la persona que creemos que a la gente le gustaría que fuéramos) que puede terminar por volvernos irreconocibles. Por alguna inexplicable razón, digo, un misterioso código se activa cuando me reencuentro con ellos; una mirada cómplice, una media sonrisa, una vieja broma, los disfraces se esfuman y volvemos a ser los de siempre, los que en realidad nunca hemos dejado de ser.
Me reconozco muy afortunado; no es esto lo habitual cuando uno se tropieza con un conocido al que hace tiempo que no ve. Si alguna vez existieron, esas señas secretas se olvidaron ya y el de enfrente resulta ser un desconocido cuyos sentimientos, sospechas, han caducado tanto como los tuyos. Así que ensayas un apretón de manos que pretende ser cálido, conversas un ratito sobre algún tema inocuo, y enseguida sigues tu camino despidiéndote con una sonrisa educada y la manida frase “a ver si quedamos y volvemos a vernos”, a partes iguales aliviado, frustrado y perplejo. Justo de esto es de lo que habla, con una elegancia insuperable, “Nightswimming” de R.E.M.
Nightswimming / R.E.M.
Nightswimming / R.E.M. letra y traducción
A Peter Buck, Mike Mills, Michael Stipe y Bill Berry, es decir, R.E.M., les llevó su tiempo definir ese sonido tan característico que por momentos los distingue y que ilustra perfectamente su canción más emblemática, “Losing my religion”: un guitarreo cascabelero y chispeante donde lo acústico se impone a lo eléctrico (madre mía, esa mandolina…) y que nos remite al A hard day’s night de los padres de todo o, más recientemente, a los Smith. Ahora bien, ¿para qué perder el tiempo hablando de la única canción de R.E.M. que conoce todo el mundo habiendo tantas otras igual de buenas?:
- Automatic for the people (1992) es “El Álbum” de R.E.M., aquel donde todas las piezas encajan. Es notable desde el minuto 1, pero donde de verdad se monta el lío es al final, con ese majestuoso emparedado formado por Man on the moon, “Nightswimming” y Find the river. Son canciones independientes, pero podría decirse que componen un suerte de tríptico sobre las edades de la vida. Así, cabe entender “Man on the moon”, dedicada al extraño cómico Andy Kaufman (célebre sobre todo por sus imitaciones de Elvis Presley) como un guiño a los benditos disparates de la juventud; Michael Stipe, por cierto, le hace el paso a Elvis varias veces en la canción. Y tras la melancólica mirada atrás desde la madurez de “Nightswimming”, llega el momento de hacer balance con “Find the river” mientras nos dejamos arrastrar por la corriente hasta el mar definitivo y profundo. Atención, que asoma el exagerado que hay en mí: uno de los discos mejor rematados de todos los tiempos.
- Una década después de Automatic for the people, el trío (Berry ya se había jubilado) intentó recuperar sus esencias en Reveal. Otro puñado de buenas canciones y, sobre todo, la jaracandosa Imitation of life. Por un tiempo estuve tentado de usarla para el blog, pero “Nightswimming” es mucho “Nightswimming”. Buscad su vídeo, es de los que hacen época; veinte segundos de imágenes repetidas adelante y atrás pero ampliadas desde distintos puntos de vista. El efecto es… eso, jaracandoso.
El surrealista diagrama de la derecha recoge la posición final de uno de los estudios de Vladimir Korolkov (1907-1987), el romántico por antonomasia de la composición ajedrecística. Reyes sepultados por avalanchas de piezas propias, múltiples subpromociones, capturas al paso en masa, peones a granel que se coronan para inmediatamente ser sacrificados… así es el universo creativo de Korolkov, un universo en el que las leyes del tablero parecen dejar de tener vigencia, y donde la única regla que rige es: ¡espera lo inesperado!
Para llegar a finales tan extravagantes como el de arriba es a menudo inevitable partir de posiciones de inicio que, si bien posibles teóricamente, son inverosímiles en una partida real. Ello ha dado pie a algunos críticos a tildar el trabajo de Korolkov de efectista antes que realmente artístico, gansada que desmienten los simples datos (uno no gana tres campeonatos soviéticos ni el título de gran maestro de composición a base de trucos baratos) y estudios como el que hoy os traigo.
El estudio lo tiene todo. Es una miniatura (se llama así a los estudios con a lo sumo siete piezas, y se consideran de especial mérito pues cuantas menos piezas hay en el tablero más difícil resulta formular temas brillantes), la posición de salida es natural, hay juego por todo el tablero y, sobre todo, un esplendoroso y paradójico mate ideal donde finalmente aflora esa vena descarada tan característica de Korolkov. Como curiosidad indicar que John Selman, un compositor holandés, publicó en 1949 un estudio con muchos puntos en común con este, pero el de Korolkov (que no tenía conocimiento de su existencia) es netamente superior.
En su libro Secrets of spectacular chess, Jonathan Lewitt y David Friedgood escriben: “Si usted nunca ha visto este estudio y es incapaz de encontrarlo excitante, tan solo podemos aconsejarle que se olvide de este juego. ¡Carece de futuro en él!”. Y ya sabéis que los británicos son por lo general unos tipos de verbo comedido…
Estudio de V. Korolkov, Lelo 1951
Es inútil. No hay forma de hacer justicia a la producción de este coloso con tres meros ejemplos, que es el límite que me he impuesto en este blog. En realidad dos, porque sería de muy mal gusto no daros los datos del estudio al que corresponde el diagrama de arriba. Fue publicado en 64 el año 1937.
¿Qué otros dos? Pues por ejemplo el de Shakhmatny Listok, 1929, con esa oruga de tres peones blancos que avanza sobre el tablero hasta construir una insólita posición de ahogado, o el de Kommunist, 1973, el de la imposible simetría especular. Pero hay tantos otros…