El alfil y el caballo son el agua y el aceite del ajedrez; ni a propósito pudieron inventarlos más diferentes. El alfil, como la liebre del cuento, se desplaza en un parpadeo de extremo a extremo del tablero, aunque la mitad del mismo le está siempre vedada. Por contra, el caballo avanza cojitranco, lento como una tortuga, pero dadle tiempo y os llevará donde queráis. Es casi como si pretendieran encarnar las culturas opuestas que les dieron vida, porque el caballo proviene del primigenio shatranj y el alfil, en cambio, es un hallazgo medieval. Así, ese al que con tino bautizaron “obispo” en inglés o portugués, es largo, sibilino y oblicuo, apto para sutiles planes estratégicos de gran alcance; entretanto confiarás en los mareantes arabescos del equino para perpetrar los trucos tácticos más chisposos. Y como hay más magia en el tablero 8×8 que la que da de sí un congreso mundial de prestidigitadores, resulta que estas piezas, tan distintas, tienen pareja fuerza, por lo que sus litigios son casi siempre de resultado incierto, y a veces tan jugosos como los de las partidas Stoltz-Kashdan o Schlechter-John, ya comentadas en este blog.
Sí, el alfil y el caballo nacieron para guerrear, no para besarse, por lo que cuando tienen que aliarse en pos de una causa común se asemejan a un coche con ruedas de distintos radios. Nada de lo que digo es tan evidente como en el mate de alfil, caballo y rey contra rey solo, ese mate presuntamente “elemental” que ninguno fuimos capaces de aprender de jóvenes, y del que lo único que sacamos en claro fue lo siguiente: si hay una palabra que no se debe pronunciar jamás en ajedrez, esa es “elemental”. Pero atención, no solo los aficionados chusqueros nos hemos tirado de los pelos con este final. En una partida de la Bundesliga de 2001 el gran maestro Vladimir Epishin, que trabajó como segundo de Karpov en algunos de sus duelos con Kasparov, y que en esas fechas ocupaba el puesto 93 de la lista mundial, hizo el ridículo más sonrojante de su carrera al no poder completar el mate en el límite de 50 jugadas que prescribe la normativa; todavía peor, se encabezonó en hacerlo en un rincón equivocado del tablero. Y en el torneo de Ginebra de 2013 la entonces poseedora de la corona mundial femenina, Anna Ushenina, logró que nos tomáramos su título todavía con más rechifla tras ser igualmente incapaz de llevarse el punto. La cosa es que el método ganador se conoce desde 1749, cuando Philidor lo publicó en su famoso tratado Analyse du jeu des Échecs, y tampoco es que haga falta un trasplante neuronal para asimilarlo. Pero es feo y deslavazado, y se te olvida casi tan rápido como te lo estudias. Tal vez por eso Jeremy Silman se negó a incluirlo en su manual de finales Silman’s complete endgame course: from beginner to master, argumentando que el estudiante desperdiciaría con él un montón de horas de estudio que podría aprovechar mucho mejor. Lo que evidentemente Silman desconocía, como le pasa a casi todo el mundo, es que existe un procedimiento alternativo, “el método de los triángulos”, que a costa de unas pocas jugadas más (pero siempre dentro del límite de las 50) resulta infinitamente más elegante y fácil de recordar que el de Philidor, pues se sustenta en unos principios geométricos muy elementales. Fue descubierto por el aficionado francés Daniel Delétang en 1923. (No he encontrado ningún partida de este hombre por ahí pero no debió de ser un patán, ya que actuó como segundo de Alekhine en el legendario match de Buenos Aires). Abajo tenéis un tutorial con los entresijos del método, y que no me entere yo de que nadie se queja a partir de ahora de que el mate con alfil y caballo es un tostón.
Mate con alfil y caballo (tutorial)
Al cabo, lo que el método de Delétang revela es que a lo mejor no es que el caballo y el alfil combinen mal, sino que hace falta una olla adecuada, triangular en este caso, para mezclarlos como corresponde. Para esto no hay mejores chefs que los compositores de estudios, y si son grandes maestros, el equivalente en la disciplina a las tres estrellas Michelin, miel sobre hojuelas. El soviético Vladimir Akimovich Bron (1909-1985) destacó incluso entre esta élite selecta, como acreditan sus 66 estudios en los álbumes FIDE (más que nadie salvo Kasparyan) y sus 31 primeros premios. El mérito es doble ya que compaginó su actividad artística con una carrera científica de reputación internacional en la industria de los materiales refractarios, estando al frente del laboratorio de altas temperaturas del Instituto Oriental para la Investigación y Producción de Refractantes, con sede en Sverdlovsk (la actual Ekaterimburgo), entre 1949 y 1980. El que me parece su mejor estudio le encaja como un guante a nuestra entrada de hoy, porque la dulzura con que Bron coordina sus dos parejas de alfiles y caballos es casi insoportable; más aún, tras un lujoso combo de trece jugadas donde el suspense se acrecienta a cada paso, acabamos, precisamente, en una posición de alfil, caballo y rey contra rey solo.
Hay una pequeña anécdota en relación a este estudio que revela la talla de Bron como compositor. Una versión anterior del mismo (partiendo de la posición tras la segunda jugada de las negras) ganó la plata en un prestigioso torneo que la FIDE organizó entre 1963 y 1965 (injustamente, por cierto; más tarde se probó que el estudio ganador —de Kasparyan— era incorrecto). Insatisfecho con este galardón, Bron siguió cociéndolo un lustro hasta que por fin produjo la versión extendida que vais a ver a continuación, aparecida en su libro Estudios y problemas selectos. Se ve que tantos años en su laboratorio de Sverdlovsk lo volvieron refractario a la imperfección.
Estudio de V. Bron, Izbrannye etyudy i zadachy 1969
Shakhmaty v SSSR 1946 (ganan blancas, 1.d8=D+), Shakhmaty v SSSR 1950 (ganan blancas, 1.h5) y Maggiar Sakkélet 1959 (ganan blancas, 1.Ta4+).