«Doe eyes (Love theme from The bridges of Madison County) (Reprise)» de Clint Eastwood

Este próximo junio asistiremos a una singular alineación cronocinéfila, ya que se cumplen 30 años del estreno de Los puentes de Madison, cuyo trama central, a su vez, transcurre a lo largo de cuatro días del verano de 1965. Supongo que al hilo de la efemérides, un diario nacional de gran tirada publicó recientemente un artículo poniendo a caldo el final de la película. Que si consagra un modelo heteropatriarcal, que si Francesca tendría que haber abandonado a una familia que no la merece y vivido su sueño romántico, que si tal y que si cual. No soporto a los fanáticos de ninguna especie (bueno, podría hacer una excepción con los de los Beatles), entre otras cosas porque suelen carecer del más elemental sentido del ridículo. En el caso que nos ocupa, la tesis es tan delirante que hasta los suscriptores, a los que supongo en su mayoría de la misma cuerda ideológica que el periódico, protestaron ruidosamente.

Dicho esto, tampoco creáis que a mí me convence especialmente el desenlace, todo ese trajín con las cenizas de Francesca, que en realidad viene a ser una especie de «infeliz final feliz» bastante almibarado y hollywoodiense. Con el agravante, además, de que medio desaprovecha una de las piezas más bonitas que se han escrito nunca para una banda sonora. Por ser precisos del todo, Clint Eastwood (sí, además de actor icónico y uno de los mejores directores vivos, el tío encima sabe música) compuso «Doe eyes» para su segunda esposa, Dina Ruiz. Algo después, y orquestada por Lennie Niehaus, un habitual de sus filmes, la reutilizó como tema principal para Los puentes de Madison, pero el caso es que nunca conseguimos escucharla del todo. En la memorable escena de la lluvia, por ejemplo, Eastwood y Niehaus usan una variante de la melodía en la que esta queda en suspenso, sin llegar a resolverse. Solo en los créditos finales suena completa, como implicando que si Robert y Francesca han de volver a verse, tendrá que ser en la otra vida. No sé yo, la verdad.

Descartados la fuga entre el aguacero, por inverosímil (y susceptible de acabar en neumonía), y el vertido de cenizas, por wagneriano (y poco respetuoso con el medio ambiente), me ha dado por imaginar cómo una persona como Francesca, vital, inteligente y profundamente enamorada, sí, pero con todo el bagaje moral de una educación católica con la que en buena medida comulga, habría gestionado de verdad la situación. Como en el fondo soy bastante peliculero, es probable es que mi propuesta os parezca más descabellada todavía, pero reconoceréis que al menos proporciono a «Doe eyes» un acomodo más digno.

Primavera de 1966. El revuelo que causó en Winterset el reportaje de Robert se queda en mantillas cuando corre la noticia de que ha ganado el premio Pulitzer. Francesca, emocionadísima, visita la biblioteca de Des Moines en busca de más información, y se le cae el alma a los pies cuando descubre, en una revista, una foto suya con su «reciente y atractiva prometida». De vuelta a casa, otro shock, aunque de naturaleza distinta: ha muerto repentinamente el esposo de Giulia, su querida prima. Emigró, como ella, tras la Segunda Guerra Mundial, y mantenía con su marido una pizzería en el barrio italiano de Manhattan.

El cóctel de amargura y sentimiento de culpa se vuelve, día a día, más intragable para Francesca. A las pocas semanas, deja escrita una carta a su familia confesando lo ocurrido, envía otra a las oficinas de National Geographic en Washington, para Robert, se monta en un autobús y se marcha a Nueva York. Allí se instalará con Giulia, a la que arropa y ayuda con el restaurante, mientras encuentra una escuela donde reiniciar su oficio de maestra.

No tardará en recibir visita, aunque no la que espera. Y las palabras de Richard tampoco son las que prevé, ni las que cree merecer, ni, tal vez, las que necesita escuchar. Son palabras de comprensión, de perdón, y de amor. Y así seguirán las cosas por un tiempo: él en Iowa, con las puertas del rancho abiertas de par en par; ella en Little Italy, con el corazón vacío como el desierto. Hasta que por fin, una tarde al acabar las clases, la vieja camioneta aparece aparcada junto al colegio. Los ojos y los labios de Robert no le cuentan la misma historia, pero su voz es firme: quiere saber dónde acaba el viaje que ha emprendido con su nueva esposa. Cómo reprochárselo; qué mejor cirugía para un corazón roto que reemplazarlo por otro sin estrenar.

Caminando, de nuevo sola, por las calles de la ciudad, Francesca siente que entre tanta tristeza se filtra un extraño alivio, que acaso sea la antesala de la paz. Porque ahora es Robert, no ella, quien carga con el peso de la separación. Y, sobre todo, porque ve con claridad lo que en realidad siempre ha sabido: que las lealtades que te atan a tus seres queridos son tan imperativas como juramentos.

En mi guion de la película, la escena de cierre es un collage de otras tres, sin diálogos ni voz en off, sobre las que planean las notas de Eastwood y Niehaus, majestuosas como águilas. La inicial muestra a Robert, a punto de arrancar el motor, contemplando pensativo el crucifijo de Francesca, que todavía cuelga de su retrovisor. En la segunda ella está terminando de hacer la maleta, y coloca con cuidado entre la ropa su regalo de despedida, el libro de fotos de aquellos idílicos cuatro días. En la tercera, con diferencia la más larga, la cámara se recrea en un atardecer en el rancho de Iowa. Richard está sentado en una mecedora en el porche, bebiendo una cerveza y descansando tras un largo día de trabajo. Y su mirada nos conduce a Carolyn y Michael, sus hijos, entretenidos en asear a la ternera con la que van a competir en la próxima feria de ganado. Es lo que corresponde, o así me lo parece: pues si hay un héroe en esta historia, es él.

Doe eyes (Love theme from The bridges of Madison County) (Reprise) / Clint Eastwood
Doe eyes (Love theme from The bridges of Madison County) (Reprise) / Clint Eastwood
Piano: Michael Lang; arreglos y dirección: Lennie Niehaus

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