En serio, no logro entenderlo. Raras son las navidades en que mi Amigo Invisible no hace alguna gestión subrepticia para que le soplen un regalo que comprarme. Lo ignoro olímpicamente, por descontado. ¡Pero si ya lo dije aquí mismito, negro sobre blanco! Cierto, casi todos mis potenciales A.I. desconocen que escribo un blog, y los que no hace tiempo que lo olvidaron, pero la ignorancia de la ley no exime de su cumplimiento. O como se diga. Y en todo caso, para quien quiera fijarse, ahí están mis repletas estanterías, absolutamente desprovistas de todo lo que me despierta cero interés.
Todo lo contrario que el magnífico rompecabezas de la izquierda, que lleva tantos años en mi despacho que ni siquiera recuerdo cómo llegó. En algún sitio lo he visto descrito como el puzle «Tong-Tang», imagino que aludiendo a su probable, y ancestral, origen chino. Sospecho que el nombre es tan fake como «Fu-Manchú» o «ping-pong», aunque sin duda lo prefiero al de «Señor del Anillo», que también se usa. En la foto el aro aparece medio enredado en la cuerda, pero lo suyo es que te lo encuentres abajo, sobre el taco horizontal, y el reto consiste en extraerlo del todo del artilugio, lo que parece imposible porque las bolitas que hay en el cordón evitan que este pueda sacarse por el orificio central.
En fin, a ver con qué me sorprende el/la tal A.I. el día de Reyes. Por lo que pueda pasar, he decidido autorregalarme por adelantado un estudio «Tong-Tang», donde el rey hace el papel de anillo y se fuga de una cárcel 4×4, aparentemente impermeable, excavando un túnel de intricada estructura topológica. Su creador, Alexander Herbstman (1900-1982), es la gran figura de la composición soviética clásica que tenía pendiente presentaros. Nacido en Rostov del Don, en el seno de una acaudalada familia judía, disfrutó de una educación privilegiada. Por su casa desfilaron eminentes escritores de la época, y el joven Alexander llegó a publicar un par de poemarios. Luego estudió medicina tres años y se interesó por el psicoanálisis, para acabar dedicando su carrera profesional a la enseñanza universitaria de la filología. En paralelo, el ajedrez le sirvió para dar rienda suelta a sus pulsiones creativas; conoció a los Platov, intimó con Grigoriev, colaboró, entre otros, con Korolkov, Gorgiev, Mitrofanov, Pogosyants, Troitzky y Kubbel. Su conexión con los dos últimos tuvo tintes dramáticos, ya que intentó, sin éxito, que huyeran de Leningrado cuando las tropas alemanas estaban a punto de sitiarlo (ambos murieron allí un año después), y él mismo logró escapar en el último momento. Sus años finales fueron complicados: las cosas se habían puesto feas para los judíos en la Unión Soviética, y con ochenta años (¡y una hija de diecinueve!) obtuvo autorización para emigrar a Suecia. No sin consecuencias: el coronel Bondarenko lo eliminó del tercer volumen de su serie Triunfos de la composición de estudios soviética.
Fue autor de unas 300 composiciones, de estilos muy variados, desde miniaturas y estudios de dominación a la manera de Rinck, a maniobras sistemáticas y trabajos de perfil netamente romántico. Con esto último violentaba los estrictos criterios artísticos de Gurvich, que lo criticó abiertamente en su ensayo «Poesía y ajedrez». Su defensa, en consonancia con lo propugnado por Korolkov, fue que la originalidad de las ideas es el elemento más importante de la composición ajedrecística, incluso si ello exige hacer concesiones en otros terrenos. «Según el arte del estudio progresa —escribió en un artículo en Shakhmaty v SSSR de 1965—, los temas se van expresando de mejores y más económicos modos; al mismo tiempo, se introducen continuamente nuevas ideas, y así la rueda gira y gira». La polémica coincidió en el tiempo con la creación, por parte de la PCCC, del título de maestro internacional de composición, Se le otorgó, honoris causa y a la primera oportunidad, en 1959. Quizá tuviese enemigos, pero está claro que a Herbstman no le faltaron amigos. De los visibles, y vaya si acertaron con el regalo.
