No descarto que Michael Ende tuviese cierta inquina a los daltónicos, ya que entintó con rojo y verde las páginas de su obra fundamental. Lo que es seguro es que odiaba los totalitarismos. En 1936 los nazis censuraron a su padre, un pintor surrealista, tachando su arte de «degenerado», y al final de la guerra el entonces adolescente se alistó en un grupo secreto de resistencia que tenía por objetivo sabotear a las SS. Lo que explica que sea justo de eso, de cómo prevenir los riesgos del fascismo, de lo que La historia interminable habla en realidad.
Hay que mirar entre líneas, claro está. Tan claro como que no tiene nada que ver con la fantasía bobalicona en que la convirtió la infame película de los ochenta, que el escritor aborrecía. En la parte granate del texto intimamos con Bastián Baltasar Bux, el típico niño gordo y no muy brillante, que huye de sus miserias cotidianas refugiándose en la lectura. Esta novela en concreto (titulada asimismo La historia interminable y relatada en los párrafos esmeralda), que ha sisado a un enigmático librero, lo tiene enganchadísimo, y más todavía cuando comprende que sus atribulados protagonistas le están pidiendo ayuda. Han que buscarla donde sea, porque el mundo de Fantasia (sin tilde, por favor) está siendo devorado por una insaciable Nada, y solo podrá salvarse si alguien de un lugar más allá de sus fronteras inventa un nuevo nombre para su moribunda gobernante, la Emperatriz Infantil. Mágicamente, Bastián acaba dentro (o sea, dentro de dentro) del libro, y con un considerable poder. Si es para bien o para mal habrá que verlo, porque es mucho más fácil llegar a Fantasia que salir de allí.
Que hasta las casas necesitan imaginar para mantenerse cuerdas ya lo sabíamos, pero la moneda tiene dos caras. Cuando los sueños se disocian de la realidad degeneran en delirios, como esos pobres fantasios que, absorbidos por la oscuridad de la Nada, reaparecen entre nosotros como las mentiras con que megalomaniacos de toda especie (anda que vaya plaga sufrimos ahora) embaucan a sus incondicionales. El librero Koreander lo pone rojo sobre blanco: «Hay seres humanos que no pueden ir a Fantasia, y los hay que pueden pero se quedan para siempre allí. Y luego hay algunos que van a Fantasia y regresan, y que devuelven la salud a ambos mundos». El secreto, el equilibrio, radica como siempre en el amor, que no fluirá hacia los otros salvo que beba de la aceptación de lo que realmente somos, no de lo que quisiéramos ser. No es solo cuestión de voluntad, así que bienvenida toda la ayuda que Fújur, el dragón de la suerte, nos pueda proporcionar. Igual es por eso por lo que Ende usa el color de la esperanza para decirlo: «En el mundo hay miles y miles de formas de alegría, pero en el fondo todas son una sola: la alegría de poder amar».
La historia interminable
Die unendliche Geschichte (original en alemán)
Atenazado por sus inseguridades, a Bastián le cuesta Dios y ayuda pronunciar el sanador apodo, pero la verdad es que encuentra uno, «Hija de la Luna», a la altura de las circunstancias. De tanta categoría, que ya es decir, como la canción de King Crimson o el grupo neo-soul con ese justo nombre. (No esperaríais en serio que programara el tema principal del filme, compuesto por Giorgio Moroder e interpretado por Limahl, por mucho que sea lo único salvable de aquel bodrio. Os pierden las malas compañías, muchachos).
No hay historias sin final, tampoco en el ajedrez, aunque la de Korchnoi se prolongó tanto tiempo que casi nos lo creímos. Una pena que Fújur no se diera un paseo por Baguio en 1978, pero no todos los sueños pueden hacerse realidad. Iba a añadir «por desgracia», pero me corrijo: si así ocurriera, ¿dónde estaría la gracia?