Duke Ellington y Mário Matouš

La música: “Sophisticated lady” de The Duke Ellington Orchestra y “Mood indigo” de Johnny Hodges

De mi abuela materna aprendí, entre otras muchas cosas, un refrán notablemente certero: “Más vale caer en gracia que ser gracioso”.

Considerad, por ejemplo, lo que le ocurrió a Edward “Duke” Ellington a mediados de los cincuenta. Mira que Ellington podía presumir de currículum, suficiente incluso para ser considerado uno de los músicos más importantes (quizás el más importante) de la historia de Estados Unidos. Y sin embargo había tocado fondo en su carrera. Casi todas las grandes bandas de antes de la guerra habían desaparecido y Duke sostenía la suya a duras penas, gastando todo lo que ingresaba por sus derechos de autor en pagar a sus músicos. En 1955 llegaron incluso a amenizar durante varias semanas un espectáculo en plan “escuela de sirenas” en Nueva York. ¿Os imagináis a Plácido Domingo cantándose unos dúos en el circo de Fofito para sacar un sobresueldo? Pues más o menos.

Cuando Gonsalves atacaba su séptimo compás, ocurrió algo increíble: una espectacular rubia platino vestida de negro se levantó de su asiento y se acercó bailando a la orquesta

El sábado 7 de julio de 1956, fecha en que la banda cerraba el festival de jazz de Newport, ni siquiera tenía contrato de grabación con discográfica alguna. La cosa no empezó bien. Por exigencias del promotor del evento, George Wein, hubieron de interpretar un par de piezas al inicio de la jornada y luego esperar tres horas en un chiringito junto al escenario hasta la definitiva actuación, lo que irritó sobremanera a los músicos. Quizás fuera por esto, o porque la propia actuación no había resultado demasiado lucida (por otra exigencia de Wein habían presentado en el festival una nueva suite sin apenas ensayo), el caso es que atacaron la pieza final del programa, cerca de la medianoche y con mucha gente ya desfilando por los pasillos hacia la salida, con una energía inusual.

La pieza en cuestión, “Diminuendo y crescendo in blue”, era el resultado de conectar dos composiciones de Ellington de 1937 mediante una sencilla base rítmica de batería, bajo y piano. Uno de los saxofonistas, Paul Gonsalves, tenía orden de improvisar sobre ella “hasta nuevo aviso”. Vaya si improvisó, y de qué modo.

La gente, que enseguida se dio cuenta de que el viento estaba cambiando, empezó a regresar a toda prisa a sus localidades. Y entonces, cuando Gonsalves atacaba su séptimo compás, ocurrió algo increíble: una espectacular rubia platino vestida de negro se levantó de su asiento y se acercó bailando a la orquesta. No tardó en sumársele más y más gente y un Gonsalves absolutamente entregado se desató en un histórico solo de seis minutos y medio que nunca, jamás, podrá mejorarse. Al final de la canción una enfervorizada multitud de miles de personas (ojo, en su mayoría adultos blancos de clase acomodada, nada de chavales beodos o colocados) se arremolinó alrededor del escenario pidiendo más de lo mismo. Desoyendo los frenéticos ruegos de Wein y el personal de seguridad, que temían un tumulto, Duke les regaló media hora de bises. Fue el mejor momento de su carrera.

Aquello era justo lo que necesitaba la banda para subirse de nuevo a la cresta de la ola. La grabación del concierto se vendió como rosquillas, Ellington apareció en la portada de Time y recuperó el sitio en el Olimpo de los más grandes que le correspondía por derecho propio. Allí seguiría veinte años más, hasta su muerte: muchos más discos, conciertos por el mundo entero y todo tipo de galardones (entre ellos sendos doctorados honoris causa por la Universidades de Columbia y Berkeley, la Legión de Honor francesa y la Medalla de la Libertad del Presidente de los Estados Unidos).

A Ellington le gustaba decir, con cierta sorna, que nació el 7 de julio de 1956 en Newport. Pero aunque lo de aquel día es, como si dijéramos, el equivalente al gol de Maradona frente a Inglaterra en México’86, no deja de ser una simple anécdota dentro de un legado titánico. Ellington, mucho más que cualquier otro, es el responsable de que el jazz sea considerado hoy en día una forma de arte tan respetable como otras de mucha más solera.

Lo de aquel día es, como si dijéramos, el equivalente al gol de Maradona frente a Inglaterra en México’86

A mi modesto entender, “Sophisticated lady” es su composición más brillante. Si uno no presta atención puede parecer sencilla, pero armónicamente es endiablada: moved una sola nota y se viene abajo entera. El puente (la parte que va del minuto al minuto y medio, y que se repite un minuto después) en particular es sobrenatural; Duke confesó que le costó semanas construirlo.

Como he dicho el gran Duke Ellington recibió montones de galardones, pero que yo sepa todavía no ha sido canonizado, y eso que hacia el final de su vida compuso varios conciertos de música sacra de los que se sentía orgullosísimo. Lo veo injusto porque canciones como “Sophisticated lady” son un auténtico milagro.

Sophisticated lady / The Duke Ellington Orchestra
Sophisticated lady / The Duke Ellington Orchestra

Como podéis suponer, el cancionero de Ellington ha sido revisitado por centenares de artistas de los pelajes más variados, y qué momento mejor que este para dar testimonio de ello. A mí me entusiasma en particular la versión de “Moon indigo” que Johnny Hodges y su orquesta grabaron en 1955 para su álbum Perdido. Cómo no me va a gustar si además de a Hodges, uno de los más míticos saxofonistas de la historia del jazz, se puede escuchar en los solos a Harold “Shorty” Baker a la trompeta y a Lawrence Brown al trombón… Los tres habían trabajado con Ellington durante años, pero desertaron en la época de las vacas flacas y ahora andaban buscándose la vida por su cuenta. Tras la apoteosis de Newport ’56 las ovejas descarriadas volvieron al redil, mas no nos ensañemos con ellos: hay más alegría en el Cielo por un solo pecador que se convierte que por noventa y nueve justos que no necesitan hacerlo.

Mood indigo / Johnny Hodges
Mood indigo / Johnny Hodges

Más canciones redondas de Duke Ellington:

Lo fundamental que hay que tener claro antes de zambullirse en el oceánico catálogo de Duke Ellington es que su longeva banda, todavía activa hoy bajo la dirección de su nieto, ha grabado literalmente decenas de versiones de sus temas más conocidos. La norma general es que cuanto más antiguas son las grabaciones menos artificiosas (o menos refinadas, según se mire) suenan, pero en esta densísima jungla hay ejemplos para todos los gustos. Sin más dilación:

  • Poco queda ya que decir de Blow by blow, que es como se conoció posteriormente al desmadrado interludio entre “Diminuendo in blue” y “Crescendo in blue” con el que Gonsalves y compañía saltaron la banca en Newport, salvo un apunte técnico bastante curioso. Cuando empezó a interpretar el solo, Gonsalves se equivocó de micrófono y allí se quedó todo el rato, para desesperación de los ingenieros que estaban grabando el concierto. A resultas de ello, llega un momento en el disco original Ellington at Newport en el que los gritos de la muchedumbre se oyen casi a la par del saxo de Gonsalves, lo que, dicho sea de paso, convierte la audición en una experiencia todavía más estimulante. Décadas después se descubrió que La Voz de América, la cadena de radio dueña del micrófono sobre el que había estado soplando Gonsalves, también había grabado la emisión, y en 1999 se publicó una nueva versión en estéreo del concierto mezclando ambas tomas. La calidad de sonido es soberbia y se disfruta de Gonsalves a todo color, pero a cambio se oye mucho menos al público. Lo siento por los puristas, pero en mi opinión no compensa.
  • Naturalmente, no podía faltar de esta lista Take the “A” train, el buque insignia de la orquesta de Duke Ellington, compuesta en realidad por su alter ego Billy Strayhorn. Indispensable oírla con los arreglos originales de principios de los cuarenta, la época más gloriosa (creativamente hablando) de la banda, porque con el tiempo Elligton hizo con ella toda clase de perrerías.
  • Ya lo habéis comprobado con “Sophisticated lady” y “Mood indigo”: en las distancias cortas Ellington, sencillamente, no tiene rival ni siquiera entre los más grandes del jazz. Si necesitáis más ejemplos os animo a comprobar el partido que el cuarteto de John Coltrane le sacó a In a sentimental mood, embridado, eso sí, por el propio Maestro al piano. En el disco de 1963 titulado, no demasiado imaginativamente, Duke Ellington & John Coltrane.
El ajedrez: estudio de M. Matouš, Réti Memorial 1979

Con respecto a hace 15 días doy un salto en el tiempo, que no en el espacio, para presentaros a uno de los compositores checos más prestigiosos de la actualidad, Mário Matouš. Poco he podido encontrar de él en Internet: apenas su fecha de nacimiento (1947), su profesión (empleado de ferrocarriles) y la foto de abajo.

Poco, quiero decir, aparte de sus estudios, de los que habla maravillas un experto tan exigente como Jan Timman. Detrás del de hoy hay una historia especial. ¿Creéis posible que exista una posición en la que el rey blanco se enfrente en solitario a torre, alfil y peón, ninguno de ellos bloqueado, y consiga forzar las tablas correspondiendo encima a las negras el turno de mover? Parece mentira, pero la hay. Fue descubierta más o menos simultáneamente por Troitzky y Amelung en 1896, pero los estudios que publicaron para ilustrarla son muy pobres. Matouš tomó la idea y la desarrolló creando la maravilla que vais a ver. Lo que más llama la atención del estudio es su limpieza: la posición de partida y el juego que se desarrolla son perfectamente naturales, algo dificilísimo de conseguir si se tiene en cuenta a dónde se pretende llegar. Como dice Timman: “Uno se queda con la impresión de que las blancas logran un milagro encadenando una serie de movimientos a la vez lógicos y obvios. Ello dota al estudio de tanta belleza y compacidad que será difícil que pueda encontrarse una mejor ilustración de este tema en el futuro”.

No está nada mal como carta de presentación.

Estudio de M. Matouš, Réti Memorial 1979

Más estudios memorables de Mário Matouš:

Muestra del buen hacer de Matouš son, entre otros, los estudios publicados en Shakhmaty (Riga), 1979 (que podríamos apodar “el de la dama impertinente”), en L’Italia Scacchistica, 1981 (un largo duelo entre torre y alfil donde David termina descalabrando a Goliat), y, sobre todo, el realmente espléndido de Szachy, 1975, un ridículo sacrificio de dama que conforme se desarrolla el estudio se revela en todo su esplendor.

17 de octubre de 2013:

Hoy ha aparecido una noticia en Chessbase dando cuenta del fallecimiento de Mário Matouš. El obituario aporta unos cuantos detalles de su vida, que resultó ser bastante desgraciada. Sus padres, ambos profesores de idiomas, fueron disidentes perseguidos por el régimen comunista checoslovaco y de niño pasó largas temporadas en hospicios. Él también estuvo en el punto de mira de las autoridades y, a pesar de su brillante historial académico, durante un tiempo solo se le permitió trabajar como mecánico, para lo que no estaba absoluto dotado. El ajedrez le brindó un cierto reconocimiento nacional y fue su tabla de salvación durante bastantes años, pero el abuso del alcohol acabó con él y murió sumido en la pobreza.

Descanse en paz este gran artista del tablero.

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