Admito que me ha costado un poco traer la partida Ljubojević-Andersson de Wijk aan Zee 1976 al blog. No, ni mucho menos, porque carezca de pedigrí. En El arte del análisis, Jan Timman cuenta que cuando él y otros grandes maestros, entonces de competición en Orense, tuvieron noticia de ella, su opinión fue unánime: “estábamos ante la mejor partida de los últimos veinte años”.

Tan desmedida euforia es comprensible, porque se trataría de un conflicto casi cósmico entre fuerza irresistible y objeto inamovible, entre tiki-taka y catenaccio, con un Ljubojević inspiradísimo en ataque percutiendo incansable contra la defensa a fuego y hierro del sueco, hasta que un único y postrero desliz, fruto de los malditos apuros de tiempo, inclina la balanza del lado de las blancas.

O al menos eso es lo que se creyó durante muchísimo tiempo. Porque cuando un asesino de la poesía llamado Fritz 5 escrutó la partida en 1998, halló una variante inconcebible que todos habían pasado por alto y que, en estricta justicia, debería haberle costado a Ljubojević no solo la victoria, sino incluso el punto entero. ¿Entendéis ahora mis dudas? ¿Cómo subir a los altares de música y ajedrez de diez una partida con tal pecado sobre su conciencia?


Pamplinas. La partida merece estar aquí y con más razón, si cabe, por ese error. Hasta el momento crítico (la jugada 24 de las blancas) todo discurre impecablemente. Y entonces Ljubojević se enfrenta a un dilema, porque existe un fabuloso doble sacrificio de dama y caballo que le garantiza el empate por jaque continuo. La alternativa es ir a por uvas, porque probablemente la posición no dé para más y enfrente está sentado el defensor más correoso del circuito. ¿Qué hacer? El 99% de los maestros de entonces y de ahora hubiera firmado las tablas; él hizo historia.

Por supuesto no puedo garantizar que las cosas pasaran así. De lo que estoy seguro es que Lubomir Ljubojević (1950, Titovo Užice, Yugoslavia —ahora Užice, Serbia), por talante y por talento, era muy capaz de semejante machada. Por talante, porque es conocida su afición, además de por los idiomas (habla fluidamente una decena) y las mujeres hermosas, por las mesas de los casinos; y por talento, porque entre 1975 y 1990 destacó como uno de los jugadores más creativos y batalladores de la élite, tal vez un tanto inconsistente pero siempre temible: lo avalan un número 3 en el ranking de 1983, 5 medallas olímpicas y sus triunfos, entre otros, en los torneos de Wijk aan Zee 1976, Linares 1985, Bruselas 1987 y Barcelona 1989 (en los dos últimos compartió victoria con Kasparov).

Puede que Ljubojević-Andersson, Wijk aan Zee 1976, no sea ese duelo sin mácula que Timman y sus colegas celebraron; pero acaso sea la más perfecta partida imperfecta que se ha visto en un tablero.

Ljubojević-Andersson, Wijk aan Zee 1976

Más partidas memorables de Ljubomir Ljubojević:

Uhlmann-Ljubojević (Amsterdam 1975), Ljubojević-Gulko (Linares 1989) y Ljubojević-Khalifman (Groningen 1993).