La música: “Miserere mei, Deus” de Gregorio Allegri
Que nadie se me ofenda, pues es obvio que hay a quien le gusta y alguno igual me lee, pero hay montones de razones por las que esa novelucha titulada El código Da Vinci tendría que arder en la hoguera. Dado que este es un blog sobre música y ajedrez, y no sobre libros, me limitaré a indicar una: su éxito.
Éxito que hizo aflorar lo peor de algunos editores aprovechados y juntaletras mercenarios, dando origen a un infra-subgénero en el que cabría encuadrar productos como La conexión Buonarroti, La clave Gaudí, La ecuación Dante, El enigma Vivaldi o El misterio Cervantes. (No es coña, existen realmente. Hasta La incógnita Newton existe, lo que es de traca, porque el pobre libro pasaba por allí y algún listillo lo echó a la bolsa cambiándole su título original, “El problema de los tres cuerpos”. En realidad es una historia de corte detectivesco ambientada en los colleges de Cambridge a finales del XIX, interesante sobre todo para los aficionados a las matemáticas. Lo mejor es precisamente su título, el original me refiero, porque tiene un doble sentido bastante simpático que solo se pilla al final. No hace falta decir que Newton no pinta lo más mínimo en la trama).
Es una suerte que la leyenda que rodea al Miserere mei, Deus de Allegri no llegara a oídos de alguno de estos desaprensivos porque la hubiera echado a perder seguro. Gregorio Allegri escribió su obra maestra, una musicalización del Salmo 51, hacia 1638 para los rezos de maitines de Semana Santa en la Capilla Sixtina. En el momento culminante del servicio del Miércoles y Viernes Santo las 27 velas que iluminaban la capilla, salvo una, se apagaban, el papa se arrodillaba ante el altar y rezaba al tiempo que se cantaba el Miserere. La obra no tardó en hacerse extraordinariamente popular, entre otras razones porque el Vaticano prohibió que se interpretara en cualquier otro momento o fuera de la Capilla Sixtina, e incluso su transcripción, bajo rigurosísima pena de excomunión.
Pero hete aquí que en 1770 Mozart, entonces un imberbe de 14 años, andaba de tournée por Italia y el Miércoles Santo acudió con su padre Leopold a escuchar el legendario Miserere. De vuelta a su alojamiento fue capaz de escribirlo de memoria, abbellimenti incluidos (unas improvisaciones con las que se ornamentaba la melodía básica), regresando dos días después al lugar del crimen con la partitura escondida en el sombrero para hacerle algunos retoques menores.
Se ponía fin así al monopolio del papado sobre el Miserere. (Cuando un año más tarde Clemente XIV se enteró del asunto llamó a capítulo a Mozart, pero haciendo honor a su nombre no solo no lo excomulgó sino que lo ordenó caballero de la Orden de la Espuela de Oro, en atención a su increíble hazaña musical). La copia de Mozart se ha perdido, como también desaparecieron los abbellimenti en sucesivas transcripciones, al tiempo que se introdujeron otros cambios. El más famoso, producto de una simple errata, es un do estratosférico que, imagino, debe de dejar echando humo las cuerdas vocales de la pobre soprano a la que le toque cantarlo.
Como decía antes, menos mal que a ningún tontaina se le ha ocurrido escribir La partitura Mozart. Como si lo viera: iría de una logia secreta consagrada a la custodia del documento extraviado, que el avispado mozalbete habría usado para codificar un mensaje en plan Si-Esto-Se-Supiese-Menudo-Lío-Mundial-Se-Monta, yo qué sé, algo como “cuando el papa se arremangó al alba para arrodillarse, vi asomar unas escamas en su pantorilla que revelaban su condición extraterrestre”. No me consta que J.J. Benítez lea mi blog, así que de momento podemos estar tranquilos.
P.S. Enfrentado al insoluble dilema de enlazar con una versión contemporánea del Miserere, lo que imposibilitaría intuir que es lo que oyó y transcribió Mozart en realidad, o con una reconstrucción lo más rigurosa posible de la obra, pero entonces renunciar a ese do agudísimo que tanta fama le ha dado, he optado por la vía fácil: poner ambas versiones. El Miserere dura su buen cuarto de hora, por lo que a veces se interpreta abreviado. También aquí he tirado por la calle de enmedio; versión moderna desvergonzadamente acortada por mí mismo —el texto en rojo en la letra—, versión clásica en todo su esplendor. A gusto del consumidor.
Miserere mei, Deus (contemporánea) / Gregorio Allegri
Miserere mei, Deus (contemporánea) / Gregorio Allegri texto y traducción
Miserere mei, Deus (antigua) / Gregorio Allegri
Miserere mei, Deus (antigua) / Gregorio Allegri
Coro: A Sei Voci; dirección: Bernard Fabre-Garrus
El escritor ruso, nacionalizado estadounidense, Vladimir Nabokov es célebre sobre todo por su novela Lolita. Bastante menos conocida es su furibunda afición al ajedrez, que le llevo a componer 35 problemas y escribir un libro, La defensa, cuyo protagonista es un genio cuya pasión por el juego acaba por destruirle. Para crear a su personaje Nabokov se inspiró en un maestro alemán y aristócrata al que conoció personalmente, Curt von Bardeleben. La crisis financiera que sufrió Alemania tras la Primera Guerra Mundial acabó con la fortuna de von Bardeleben, que desesperado se suicidó arrojándose al vacío por una ventana en 1924, y así es también como Luzhin pone fin a su vida y termina la novela.
Por una siniestra coincidencia Lembit Oll y Nabokov celebraban su cumpleaños el mismo día. Digo siniestra porque Oll se quitó la vida en 1999, a los 33 años, de idéntica manera que von Bardeleben y Luzhin. Oll fue un jugador de mucho fuste, que demostró su potencial ganando con 16 años el campeonato absoluto de Estonia y dos más tarde el campeonato juvenil soviético. Si no alcanzó cotas mayores fue debido a su precaria salud mental, que le llevó a encadenar una depresión con otra, la definitiva, al parecer, provocada por su ruptura matrimonial y el consiguiente alejamiento de sus dos hijos.
Como ajedrecista Oll destacaba por su fino talento táctico y su conocimiento enciclopédico de las aperturas, y podía presumir de victorias ante figuras del pedigrí de Tal, Topalov, Spassky, Shirov, Morozevich y Kamsky. La partida de hoy, jugada en el Campeonato Soviético Universitario de 1989, muestra de qué pasta estaba hecho. Es famosa porque en ella Oll consiguió demoler una variante de la defensa francesa que hasta entonces se consideraba perfectamente segura. A finales de los ochenta la información no circulaba con la rapidez de ahora y, en los meses siguientes, notables como Uhlmann y Hübner besaron la lona con esta variante ante adversarios de talla muy inferior pero al tanto de la novedad. La combinación de Oll es dificilísima de ver y muy paradójica, ya es la torre “dormida” de h1 la que asesta el golpe definitivo. Una partida de la que cualquier campeón del mundo se habría sentido orgulloso.
Pues aunque no sea tan rigurosa, la versión contemporánea tiene una sonoridad que a mí me encanta, aunque carezca de los adornos de la original.
Totalmente de acuerdo, el único problema es que, al no incluir variante alguna, cuando se oye íntegramente puede hacerse un poquito monótona, por eso al final decidí abreviarla.