Pues menos mal que el blog no está cerrado del todo, porque habría sido un crimen dejar fuera al que posiblemente sea el ajedrecista más popular de los últimos años y, con toda seguridad, el más forrado. Que, aunque os sorprenda, no es Magnus Carlsen.
Desde su memorable victoria en Wijk aan Zee 2011, por delante, entre otros, de Anand, Kramnik y Carlsen, Hikaru Nakamura (estadounidense, aunque japonés por parte de padre y lugar de nacimiento) ha sido un fijo de la élite. En los primeros años de su carrera se distinguía por su explosivo estilo, con el que se ganó el sobrenombre de «la Bomba H». Luego se fue atemperando para adaptarse a los rigores de la alta competición, generalmente con éxito, aunque con una dolorosísimo talón de Magnus. Su score clásico frente el monstruo noruego es tan abominable (1-14, sin contar tablas) que pocos lo consideraban un contendiente verosímil al máximo título. Tras su fracaso en las pruebas clasificatorias del Candidatos de 2018, este «pocos» acabó por no incluirle ni a él: fue cuando decidió darle un giro a su vida y centrarse en su actividad como streamer. Su ELO, como cabía prever, se desplomó, y el establishment lo dio por amortizado; un jugador, qué duda cabe, de palmarés envidiable (torneo de Candidatos de 2016, medallas con el equipo norteamericano en las Olimpiadas de 2006, 2008, 2016 —esta de oro— y 2018, cinco títulos nacionales entre 2005 y 2019), absolutamente terrorífico en las modalidades rápida y relámpago, cuyos rankings mundiales llegó a encabezar, pero difícilmente una leyenda.
Y entonces la fortuna, en el más estricto sentido de la palabra, vino a visitarle en forma de pandemia. Ya fuera por nostalgia, o por desesperación, o por el efecto llamada de la serie Gambito de dama de Netflix, el caso es que a la gente le dio por el ajedrez online, y ahí estaba Hikaru generando unos contenidos de extraordinaria calidad. Sus cuentas en Twitch y YouTube se dispararon (en la actualidad ronda los dos y tres millones de seguidores, respectivamente), proporcionándole unas ganancias estimadas en 50 millones de dólares, que duplican lo recaudado por Carlsen entre premios, negocios y contratos publicitarios.
Lo más extraordinario de la historia es que, tras el parón y ya de facto un amateur, su nivel ajedrecístico a vuelto a ser el de sus mejores tiempos, y no hablo solo de los bolos por Internet a los que los superclase son tan aficionados ahora. En los dos últimos torneos de Candidatos estuvo a una uña de clasificarse para el campeonato del mundo; en 2022 ganó el mundial freestyle y en 2023 se impuso en el prestigioso Norway Chess, en ambos casos superando a Carlsen; y ha recuperado, con intereses, todo el ranking que perdió. Su cómodo segundo puesto en las listas actuales, por encima de los 2800 puntos ELO, prácticamente le garantiza el pase al Candidatos de 2026, siempre que satisfaga una ridícula norma que le obliga a disputar 22 partidas de aquí a fin de año. Con el desparpajo que le caracteriza, lo mismo fuera que dentro del tablero, Naka ha manifestado dos cosas al respecto. La primera, que la existencia de una plaza en el torneo para el jugador mejor ranqueado es una tontería de la FIDE, que sueña inútilmente con el retorno del escandinavo; y la otra que, para aprovecharlo y jugar lo que se le exige, se apuntará a unos cuantos eventos «Mickey Mouse», es decir, contra matados. A sus 37 tacos, y con tanta actividad en las redes, cuesta creer que pueda llegar a más, aunque con su némesis en Marte, Fabiano desesperado, Ding y Nepo en el diván del psiquiatra y Gukesh a medio cuajar, quién sabe.
Cuesta, sí, aunque no tanto como elegir una partida con que ilustrar su juego, de tantas espectaculares como tiene. Viajaremos a sus años más atómicos, por supuesto, y incluso la apertura está clara, porque nadie desde Kasparov (con quien entrenó en 2011) ha despanzurrado a tantas celebridades con la india de rey como él. Es un esquema que, realmente, se adapta a su estilo hiperdinámico como un guante, donde hasta los ordenadores se extravían en ocasiones y la intuición humana se reivindica. Han pasado a la final su victoria contra So en la Sinquefield Cup de 2015, a la que Sam Collins se refiere en su libro The King Indian’s Defense move by move como «la partida más bella del siglo veintiuno», y la disputada frente a Gelfand en el Campeonato del Mundo por equipos de 2010, reivindicada por el propio Hikaru como la mejor de su carrera. Donde manda patrón no manda marinero, así que me he decantado por esta, aunque incluyendo la So-Nakamura en mis comentarios porque sería delictivo que os la perdierais. La partida se distingue por su apoteósico abuso del zwischenzug («jugada intermedia», en alemán), un motivo táctico muy usual. Ocurre cuando un jugador, en lugar de mover lo normal (típicamente, recapturar), intercala una amenaza inmediata que su oponente ha de contestar, y solo entonces hace lo previsto. Las cosas transcurrirán así: Gelfald propone un zwischenzug verosímil, pero fallido; Hikaru lo refuta con otro interminable, que involucra un constante sacrificio de la dama; y cuando al fin la recaptura garantiza pingües ganancias, la desprecia ¡entregando la dama en otro lugar! Nakamura en estado puro.
Quedaría por zanjar el debate de quién, a día de hoy, es el ajedrecista más importante. Toma la palabra, por no decir el megáfono, Hikaru: «Creo que a mucha gente le suena el nombre de Magnus. Es el campeón del mundo, y el mejor jugador que existe. Pero en conjunto, no obstante, pienso que hay mucho más interés online que el que jamás ha habido. Y no quiero parecer arrogante (qué va) atribuyéndome todo el mérito de eso, pero creo que lo que ha ocurrido online realmente empequeñece los logros de Magnus». Por mi parte, creo que hay espacio de sobra en el planeta para estos dos bocachanclas. Nadie juega como Carlsen, pero Naka comunica como nadie; y ojalá que dure porque nos encanta así.