No soy morboso, lo prometo. Al menos no más de lo corriente. Pero sería una irresponsabilidad, una vez abierto el escabroso frente de la sífilis la última vez que nos vimos, no traer a colación a la más ilustre víctima ajedrecística de la Treponema pallidum: el norteamericano Harry Nelson Pillsbury (1872-1906).
Estados Unidos parece haberse especializado en generar supernovas del tablero tan fulgurantes en su apogeo como estrepitosas en su extinción. Los casos de Fischer y Morphy ya se han tratado aquí, pero a Pillsbury no lo perdáis de vista. Algunas efemérides de la celestial deflagración: a los 16 años no sabía ni jugar; pero en tan solo cuatro más progresa de tal modo que derrota en un minimatch a tres partidas al vigente campeón del mundo Steinitz (si bien Pillsbury tuvo la ventaja de las blancas y un peón); así que en 1895 el club de ajedrez de Brooklyn lo envía como su representante al monstruosamente fuerte torneo de Hastings, donde se bate el cobre, entre otros, contra dos campeones mundiales y cinco pasados o futuros contendientes por el título; Pillsbury triunfa con 16½ puntos de 21 posibles. Uf.
Las habilidades de Pillsbury fueron tan evidentemente extraordinarias que incluso atrajeron la atención del mundo académico. Un artículo en el Illinois Medical Journal de 1914 da cuenta de una exhibición en Filadelfia hacia 1900 en la que, antes de enfrentarse en simultáneas a 20 contrincantes a la ciega, le mostraron una lista de treinta palabras escogidas para la ocasión. Bastantes horas después, tras despachar a sus oponentes, no tuvo ningún problema en repetir la lista de atrás para adelante. La lista en cuestión era de aúpa: antiphlogistine, periosteum, takadiastase, plasmon, ambrosia, Threlkeld, streptococcus, staphylococcus, micrococcus, plasmodium, Mississippi, Freiheit, Philadelphia, Cincinnati, athletics, no war, Etchenberg, American, Russian, philosophy, Piet Potgelter’s Rost, Salamagundi, Oomisillecootsi, Bangmamvate, Schlechter’s Nek, Manzinyama, theosophy, catechism, Madjesoomalops. Uf. (Por cierto, si “no war”, “Piet Potgelter’s Rost” y “Schlechter’s Nek” se consideran “palabras”, falta una para completar las treinta, que ha debido perderse por ahí. Por lo visto ni siquiera las hemerotecas compiten con Pillsbury en capacidad mnemónica).
Y ahora la carnaza, pero que conste que no soy morboso. Los cinco mejores clasificados de Hastings (Pillsbury, Chigorin, Lasker, Tarrasch y Steinitz) fueron invitados a disputar un match-torneo en San Petersburgo que, oficiosamente, definiría el candidato al trono de Lasker. Tarrasch escurrió el bulto aduciendo compromisos profesionales, pero ello no mermó credibilidad al evento, que enfrentó a los otros cuatro en matches de seis partidas. Llegados al ecuador (había un descanso de cinco días coincidiendo con el Año Nuevo de 1986) Pillsbury lideraba con 6½ sobre 9, frente a los 5½ de Lasker, 4½ de Steinitz y 1½ de Chigorin, y entonces, repentinamente, cayó enfermo. Según algunas fuentes fue esa semana cuando se le diagnosticó el temible mal, que probablemente había contraído en un hotelucho donde se alojó las primeras rondas de Hastings; lo único seguro es que el día que se reanudaba la competición Lasker lo hizo papilla. El norteamericano se derrumbó y acabó a tres puntos y medio del campeón, siendo también superado por Steinitz que sería a la postre el retador. Desde entonces la carrera de Pillsbury fue un quiero y no puedo, intentando recuperar la forma de Hastings mientras Lasker se alejaba y la enfermedad lo minaba más y más. Hacia 1904 ya era evidente que no estaba para casi nada; aun así, consiguió derrotar memorablemente a su gran rival en Cambridge Springs, usando una mejora en la apertura de la aciaga partida de San Petersburgo que había guardado en secreto durante años. Fue su canto de cisne; en marzo de 1905, ido de la cabeza, intentó tirarse desde la cuarta planta de un hospital, falleciendo al año siguiente de lo que entonces se describió, piadosamente, como “tuberculosis”.
El “no-match” Lasker-Pillsbury es uno de los grandes dolores de la historia del juego, porque podría haber sido un duelo épico, “el astuto defensor versus el impetuoso atacante”, filosóficamente casi a la par de los Capablanca-Alekhine o Kasparov–Karpov, y seguro que bastante igualado (a lo largo de sus carreras se enfrentaron 14 veces, con 5 victorias para cada uno). Cuando Pillsbury eclosionó en Hastings los dogmas posicionales de Steinitz y Tarrasch parecían tan incuestionables como trasnochado el estilo combinativo de los románticos. Nuestro protagonista demostró, y en ello radica su principal legado, que también era posible jugar al ataque en posiciones cerradas, y además sin violar los principios de la estrategia. El mejor ejemplo de ello es el célebre “ataque Pillsbury” (caballo a e5 y f2-f4, para luego irrumpir con la dama vía f3), todavía lícito hoy en día en el gambito de dama y otras aperturas, con el que se doctoró en Hastings precisamente contra Tarrasch. Fue una victoria grandiosa (la combinación final es impresionante), pero Pillsbury cometió algunas imprecisiones que hacen que el plan de Tarrasch parezca mejor de lo que es. Por eso he escogido en su lugar la partida que le ganó a Marco en París 1900. El pobre Marco se está convirtiendo en nuestro muñeco del pim-pam-pum (pínchese aquí o aquí), pero en esta ocasión no comete más desliz que seguir los consejos del Praeceptor Germaniae. Recordadlo cuando desarrolléis la partida para que no os llaméis a engaño, porque Pillsbury tenía el don, como Morphy y Capablanca, de hacer parecer muy fáciles las cosas. No lo son.
Bien podría acabar la entrada aquí, que ya llevo un buen rato escribiendo, pero no sería justo, porque hay una historia de Pillsbury que todavía no os he contado, y es la mejor de todas. Antes de la última ronda de Hastings Pillsbury aventaja en medio punto a Chigorin, que le había vencido en el duelo entre ambos; por tanto será este quien gane el premio gordo en caso de empate final. Chigorin lleva negras contra Schlechter, sin duda el jugador más sólido de su tiempo, que, fiel a su características, tiene perfectamente amarrada la posición. Pillsbury, que se enfrenta al ex-subcampeón mundial Gunsberg y ve que no hay peligro en la mesa del rival, reniega por una vez de su estilo emprendedor, juega sosísimo y liquida a un final, no ya de tablas, sino de tablísimas; justo en el momento en que el presuntamente fiable Schlechter se deja un peón y regala la partida al ruso. Ahora el estadounidense tiene que ganar como sea, pero sencillamente no es posible. Lo que ocurrió a partir de ese momento ha quedado escrito con letras de oro en los anales de este bendito juego.
Pillsbury-Marco, París 1900
Pillsbury-Gunsberg, Hastings 1895 (final)
Pillsbury-Lasker (Nuremberg 1896), Pillsbury-Swiderski (Hannover 1902) y Pillsbury-Lasker (Cambridge Springs 1904).
Este es uno de los finales que mas me gusta reproducir
y existe uno muy parecido que realizo Capablanca..
Estupenda página ,siempre la visito.
Un saludo cordial.
¡Muchas gracias, Jose, por seguir ahí!
El final es una pasada, en efecto, parece cosa de magia. No conozco el final de Capablanca qué menciones, ¿a cuál te refieres?