Georg Friedrich Händel y Tigran Gorgiev

La música: “Ombra mai fu” de Georg Friedrich Händel

Lo decís, pero no lo pensáis en serio. No estaría bien.

Me refiero a lo de privar de sus atributos varoniles a banqueros, políticos, especuladores y demás ralea a la que debemos esta crisis de nunca acabar. No estaría bien, y ni siquiera sería práctico porque nada impediría que volvieran a las andadas a poco que la ocasión lo propiciase. Mucho más al punto, ya que nos ponemos, sería cortarles una mano al estilo sarraceno, pero insisto, no estaría bien.

También os digo que si pudiera montar en la máquina del tiempo y viajar a la Italia del dieciocho, igual me agarraba unas tijeras de podar (basto instrumento, no lo dudo, pero que se me antoja adecuado para tan truculento menester) y me iba a darles un susto a unos cuantos nobles y no pocos prelados. La costumbre ya venía de antes, pero alcanzó su apogeo con la fiebre por la ópera que se adueñó de Italia en este siglo. Estoy hablando, por si andáis despistados, de los castrati, es decir, los críos (habitualmente de humilde origen) a los que amputaban sus partes para conservar la pureza de su voz de modo que luego, como adultos, pudieran convertirse en estrellas del bel canto.

Lamento decir que fue la Iglesia de Roma la inspiradora de tan aberrante práctica, más propia de los barracones del doctor Mengele que del celebrado como “Siglo de las Luces”. Ya a finales del dieciséis, conforme la música polifónica se desarrollaba y ganaba complejidad, se hacían necesarias voces del más alto registro. Como las mujeres tenían negada su presencia en los coros, no había otro remedio que usar niños, pero sus voces carecían de fuerza y encima, tras tanto esfuerzo para enseñarlos, un buen día se les llenaba la cara de granos y empezaban a soltar gallos.

De modo que en 1589 el papa Sixto V proclamó una bula que avalaba la presencia de eunucos en San Pedro, con el curioso pretexto de que voces tan celestiales agradarían sin duda al Altísimo (dando por sentido, imagino, que debe de ser un exigente melómano). Apenas medio siglo más tarde su uso ya era corriente en los principales coros de Italia. Se estima que en el dieciocho se mutiló a una media de 4000 infelices por año, y eso que teóricamente la operación era ilegal. Pero siempre había una excusa a mano: “Un gorrino le ha comido las criadillas al chaval” era de las más típicas.

El morbo por escuchar a tan singulares cantantes cundió por toda Europa, y los más populares cobraban cifras astronómicas por cada actuación. Los músicos del momento se subieron enseguida al carro de la moda. Por ejemplo Händel, aunque afincado en Londres la mayor parte de su vida, escribió muchos papeles en sus óperas para el célebre Senesino, a lo largo de una relación profesional que se prolongó durante dieciséis años y que acabó bastante mal, por culpa del fuerte carácter de ambos.

Este Senesino era un tiarrón de dos metros que lucía especialmente formidable en papeles de monarca o héroe. Cuando Händel estrenó Jerjes en 1738 sus caminos ya habían tomado derroteros distintos y Senesino se había marchado de Inglaterra. Como quizás recordaréis, Jerjes fue el rey persa que se enfrentó a Leónidas y sus trescientos espartanos en la legendaria batalla de las Termópilas, así que el papel le hubiera ido al pelo. Ya fuera por la ausencia de Senesino o por otra razón, la ópera resultó un fiasco, y permaneció fuera de los escenarios hasta 1924, cuando se resucitó en Alemania con un notable éxito, que se mantiene hasta ahora.

El momento cinco estrellas de Jerjes es el aria “Ombra mai fu”. El sátrapa la entona mientras se solaza a la fresca sombra de un árbol imponente (aunque no tardará en entrar de nuevo en calor al contemplar a la prometida de su hermano). Hace ya muchos años que los castrati hicieron mutis, pero de tarde en tarde aparece algún prodigio de la naturaleza con dos brazos, dos piernas y, en general, dos de todo, que es capaz de desenvolverse entre los agudísimos registros que se suponían coto reservado de aquellos. El contratenor alemán Andreas Scholl destaca incluso entre tales raras avis. Escuchad y maravillaos.

Ombra mai fu / Georg Friedrich Händel
Ombra mai fu / Georg Friedrich Händel letra y traducción
Contratenor y dirección: Andreas Scholl; orquesta: Akademie für Alte Musik Berlin

Más música redonda de Georg Friedrich Händel:

De Händel se ha dicho, con evidente mala uva, que escribió cien veces la misma obra. Aunque fuese verdad, su catálogo sobrepasa las seiscientas composiciones, de modo que aún habría que darle salida a medio millar. Haría falta una cartera bien provista y todo el tiempo del mundo para escucharlas una por una, lo que dista de ser mi caso. Doy por sentado que todos conocéis al menos los compases más pegadizos de Música para los Reales Fuegos Artificiales, Música acuática y, obviamente, El Mesías; descartados, pues. Aun así, y a pesar de lo limitado de mi bagaje händeliano, estoy en condiciones de recomendaros tres cositas realmente especiales:

  • Fra l’ombre e gl’orrori es un aria tremenda perteneciente a la cantata Aci, Galatea y Polifemo. Para que entendáis el castigo que sufre el bajo que interpreta al gigante monocular, os remito al clásico pentagrama. La nota más aguda de la canción es un la4, justo en medio del pentagrama. Nada especial, diréis. Ya, pero el problema es que la más grave es un re2, es decir, dos octavas y media más abajo. Vamos, un descenso a los infiernos realmente ciclópeo. Ah, y por si fuera poco, en un momento dado del aria, hay que cantar las dos notas, la más aguda y la más grave, seguidas.
  • Todos los conciertos para órgano y orquesta de su op. 4 van de buenos para arriba, pero atención al número 6, porque estaba pensado originalmente para el arpa, y así es como debe saborearse esta golosina.
  • Y por último: amén de excelente compositor, Händel era un demonio al teclado. Si no habéis escuchado nunca el supersónico último movimiento de su Suite no. 5 en mi mayor, conocido popularmente como “El herrero armonioso”, no sé a qué esperáis.
El ajedrez: estudio de T. Gorgiev, Shakhmaty v SSSR 1967

El soviético Tigran Borisovich Gorgiev (1910-1976, nacido en Kizlyar, cerca de la frontera de Chechenia, maestro internacional desde 1969) es el doctor Jekyll de la composición ajedrecística. Lo de “doctor” es estrictamente cierto, ya que estudió medicina en Makhachkala (capital de la república de Dagestán, a orillas del mar Caspio), doctorándose en microbiología. Tras contraer la tuberculosis emigró en busca de un clima más seco y frío, estableciendo su definitiva residencia en Dnipropetrovsk (Ucrania), donde consiguió trabajo como jefe de laboratorio del Instituto de Gastroenterología. Con el tiempo llegó a ser director de esta institución, donde desarrolló una exitosa investigación.

Pero con lo “doctor Jekyll” estoy aludiendo en realidad a su bipolaridad como compositor. Hasta mediados de los sesenta muchos de sus mejores trabajos se distinguían por la economía de sus ideas. Entonces, de repente, se pasó al otro extremo, convirtiéndose en adalid del llamado ajedrez grotesco. Estos estudios, de naturaleza eminentemente humorística, se caracterizan por unas abigarradas posiciones de partida donde el blanco, a pesar de sus escasísimas fuerzas, es capaz de enfrentarse con éxito a un enemigo muy superior en armamento. A los ortodoxos se los llevaban los demonios con composiciones así, aunque Gorgiev insistía en que debían examinarse sin prejuicios, habida cuenta de que respetaban escrupulosamente el sacrosanto principio de economía (todas las piezas que aparecen en el tablero son imprescindibles para el desarrollo de la idea).

Lo extravagante me pirra, así que hoy os mostraré uno de los estudios de su etapa “Mister Hyde”, que inevitablemente nos remite al mítico camarote de los hermanos Marx. Si no consigue arrancaros una sonrisa, levantaos e id a dar una vuelta a respirar aire fresco, porque está claro que lleváis demasiadas horas frente al teclado.

Estudio de T. Gorgiev, Shakhmaty v SSSR 1967

Más estudios memorables de Tigran Gorgiev:

Para tener una perspectiva completa de la obra de Gorgiev es preciso revisar sus estudios de perfil más académico. A destacar entre ellos los siguientes:

  • 64, 1928. En una situación desesperada en apariencia, el blanco entrega su dama hasta tres veces, a fin de forzar sendas posiciones de ahogado (en tres casillas distintas).
  • Shakhmaty v SSSR, 1939. Otro estudio de tablas del ruso-ucraniano, donde el blanco se hace con un sufrido empate por ahogado tras desplazarse entre dos esquinas opuestas del tablero.
  • Tidskrift för Schack, 1968. Conviene aclararlo: en ningún momento de su carrera, ni siquiera al final, se limitó a componer disparates como el que os antes os mostré. Este estudio, por ejemplo, con esos alfiles obligando a danzar a su son a torre y rey por todo el tablero, tiene la prestancia de un clásico.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *