“Dido’s lament” de Henry Purcell

Que la música genera emociones en cualquiera que no sea un trozo de corcho es algo sabido. Lo difícil es entender por qué, ya que hay múltiples factores que intervienen en esta compleja ecuación, que van de lo psicológico a lo fisiológico pasando por lo cultural. Por suerte, podemos objetivar un poco. Un ejemplo: las tonalidades menores evocan tristeza gracias, en buena medida, a algunos principios elementales de la física del sonido.

Como todos sabéis, el sonido se propaga mediante ondas que vibran a una determinada velocidad, o frecuencia. Cuando las frecuencias de dos sonidos guardan cierta relación numérica pasan cosas curiosas. Así, si todos los dos suenan “iguales” a pesar de la diferencia de tono es porque la frecuencia de un do agudo (una octava más arriba) duplica con exactitud la de un do grave: nuestro oído percibe al mismo tiempo dos veces el agudo y una vez el grave, de ahí la consonancia. Aunque no tan perfectamente, la nota sol también mezcla (“armoniza” sería el término apropiado) bien con do: su frecuencia (dentro de la misma octava) es 1.5 (o 3/2 si no os dan miedo las fracciones) veces la de esta última, lo que significa que en conjunto forman compactos paquetes de tres y dos pulsos, respectivamente. Mi, con una frecuencia de 1.25 (5/4) veces la de do, ni mucho menos desentona, y como las tres notas juntas se combinan conforme a la sana proporción 4:5:6 (cuatro pulsos de do coinciden con cinco de mi y seis de sol), escuchadas al unísono conforman el acorde básico de do mayor: . Natural, como peinado como el viento.

En el acorde de do menor, el mi intermedio se reemplaza por re sostenido, cuya frecuencia es 1.1875 (19/16) veces la de do. Esto complica un poco las cosas porque nos vamos a la proporción 16:19:24, o sea, necesitamos dieciséis pulsos de do para que se produzca la armonía. No es ningún drama, porque las frecuencias son elevadas y en las escalas habituales esto ocurre bastantes veces por segundo; la impresión es que el acorde suena “bien” pero induce un cierto desasosiego, como si algo no terminara de casar: . Ahí lo lleváis. (Para los que quieran subir nota: si la frecuencia está un pelín por encima de 1, el denominador de la fracción correspondiente se hace muy grande y ya no hay forma de que nada encaje; se trataría, ni más ni menos, de un do desafinado).

Lo que está claro es que si usas una tonalidad menor, la cueces a tempo lento y la sazonas con un bajo de lamento, la cosa empieza a ponerse fea de verdad

También es cierto, como antes advertí, que hay más factores a considerar: “Moondance”, sin ir más lejos, está compuesta en la tonalidad de la menor y no parece pesarosa en absoluto, incluso sin prestar atención a la letra. El tiempo, por ejemplo, es relevante: tendemos a asociar los ritmos rápidos con felicidad, exaltación o incluso ira; los lentos, por el contrario, proponen serenidad o melancolía, según como se mire. Lo que está claro es que si usas una tonalidad menor, la cueces a tempo lento y la sazonas con un bajo de lamento, la cosa empieza a ponerse fea de verdad.

Esto del “lamento musical” es un recurso tan simple como potente. Consiste en cuatro notas separadas por tono-tono-semitono y en orden descendente, digamos “la-sol-fa-mi”, que se repiten una y otra vez. El efecto es el de un sollozo; cuando una persona llora, produce normalmente un ruido como hacia abajo, hasta que salta a una nota más aguda y reinicia el deslizamiento. Por lo visto, el truco funciona desde tiempo inmemorial, ya que asoma con cierta frecuencia en la música folclórica europea, y un ejemplo lo tenemos bien cerca: es la cadencia elemental sobre la que construye el flamenco. En el canon occidental se popularizó gracias al Lamento della ninfa, un madrigal que Claudio Monteverdi compuso hacia 1638 y en el que la línea del bajo hace sonar la secuencia, incansable, 34 veces seguidas. Pocos años después un protegido de Monteverdi, Francesco Cavalli (en su ópera Didone) tuvo la inspiración de estirar el bajo ostinato descendiendo por grados cromáticos, esto es, semitono a semitono: “sol-fa sostenido-fa-mi-re sostenido-re”. La sensación es todavía más tenebrosa, que ya es decir.

No se sabe si Henry Purcell estaba al corriente del hallazgo de Cavalli cuando escribió Dido and Aeneas, si bien ambas óperas comparten temática, lo que como mínimo es curioso. La historia se inspira en el libro IV de La Eneida: huyendo del desastre de Troya, y destinado por Júpiter a fundar Roma, Eneas y sus tropas naufragan en Cartago. La reina Dido y el cachas troyano se enamoran, pero hay poderes superiores moviendo los hilos y Eneas se ve obligado a seguir su camino. Dido, desairada, se lo toma a la tremenda y se suicida, no sin antes descolgarse con una de las arias más impresionantes del Barroco operístico. Purcell no tarda ni un segundo en dejar las cosas muy claritas: el chelo, en solitario, traza las seis notas del ostinato de Cavalli; luego tres notas hacia arriba, como si la dama alzara el rostro en un último gesto desesperado, y el derrumbe en un sol abismal, una octava por debajo del que inició la cadencia. Acto seguido, ya con la melodía, todo se repite diez veces más, diez escalones por los que Dido se hunde hacia dondequiera que vayan las reinas cartaginesas cuando la salud las aparta definitivamente del cargo.

Dice mi mujer que es morboso y de mal gusto programar esto en pleno verano. ¡Pero si no pretendo más que refrescaros! A base de escalofríos, es cierto, pero refrescaros.

P.S. Mi interpretación preferida de “Dido’s lament”, también conocida como “When I am laid in earth”, es la de Emma Kirkby, una soprano especializada en música renacentista y barroca, de voz excepcionalmente pura y sin apenas vibrato. Su lectura transmite, me parece a mí, la juvenil pero gélida desesperanza que cabe esperar de tan regia protagonista. Y no perdáis la oportunidad, ya que estamos, de escuchar la libérrima adaptación que ha grabado hace nada L’Arpeggiata. La Dido de Raquel Andueza no va a pasar a la historia, pero los limpios arreglos en clave jazzística de Christina Pluhar ventilan un poco la opresiva atmósfera de la pieza, lo que es sin duda de agradecer.

Dido’s lament / Henry Purcell
Dido’s lament / Henry Purcell letra y traducción
Soprano: Emma Kirkby; orquesta: The Taverner Players; dirección:Andrew Parrott
Dido’s lament / L’Arpeggiata
Dido’s lament / L’Arpeggiata

Un comentario sobre ““Dido’s lament” de Henry Purcell

  1. Pepeto Contestar

    Muy notable, esta pieza del lamento de Dido. Gracias por llamar mi atención sobre ella. La escucharé junto con el resto de la obra, que ignoraba. Como siempre, es un placer leerle. Gracias por su blog. Un cordial saludo.

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