“Sicilienne, op. 78” de Gabriel Fauré

Si yo fuese celador de la planta de locos peligrosos de un psiquiátrico, usaría sin dudar un disco de flauta y arpa en el hilo musical.

Por aquello de que la música amansa a las fieras, ya me entendéis: la flauta evoca el susurro de la brisa en el laurel y el trino gozoso de los jilgueros; y el arpa dibuja con sus notas arroyos de agua cristalina. No es de extrañar que, desde que el Renacimiento reivindicara una Arcadia paradisiaca donde pastoras y rústicos, lejos de apestar a borrego y estiércol, visten tules semitransparentes y danzan al son de liras y zampoñas (posiblemente también miccionen agua de rosas, como ese ex entrenador culé que ahora pasea su palmito por las calles de Múnich, pero no hablemos de política), compositores y arreglistas hayan sucumbido por docenas a los sedantes encantos de esta dupla de instrumentos.

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No hay dúo de arpa y flauta mínimamente acrisolado que no incluya en su repertorio la Sicilienne de Gabriel Fauré, lo que no deja de tener su aquel porque el galo la publicó en 1898 como una pieza para violonchelo (o violín) y piano, e incluso se la dedicó al chelista británico William Henry Squire. Fauré, todo un pionero del reciclado, la había escrito en marzo de 1893 como parte de un proyecto de música incidental para El burgués gentilhombre que no llegó a concretarse, cosa nada de extrañar porque la melodía que enseguida escucharéis le va tan poco a la comedia de Molière como un peluquín a Magic Johnson. Ese mismo 1898 la actriz Patrick Campbell le encargó el acompañamiento musical de Peleas y Melisande, un drama del escritor simbolista belga Maurice Maeterlinck que estaba a punto de estrenarse en Londres. Algo apurado por la fecha de entrega, Fauré no dudó en triciclar la composición para el entreacto previo a la escena en que Melisande, un tanto despistada por la compañía de su cuñadastro Peleas, extravía su anillo de bodas en una fuente. Es el momento justo para que se escuche, porque luego todo se revuelve bastante: Melisande está casada con Golaud, nieto del rey de la mítica Allemande, que irá (con razón) poniéndose más y más celoso hasta asesinar a Peleas y herir fatalmente a la dulce Melisande. Charles Koechlin, un discípulo al que Fauré encargó la orquestación de toda la obra, apostó por dar preeminencia a arpa y flauta en esta parte, y el resultado debió de complacer bastante al maestro porque cuando Pelléas et Mélisande se publicó como suite en 1909, los únicos arreglos que quedaron intactos fueron precisamente los de la Sicilienne. La versión que os traigo, preparada por Doland Sosin (un compositor especializado en música de acompañamiento para películas mudas) e interpretada con todo el primor del mundo por Nora Shulman (flauta) y Judy Loman (arpa), lleva las cosas a su lógica conclusión.

Fauré fue el alumno predilecto de Camille Saint-Saëns y contó a Maurice Ravel entre sus pupilos. El dato sirve como buen titular para su música, que elude con igual compostura los desgarros a tumba abierta del Romanticismo y las imprudencias cromáticas del impresionismo. Fue organista de la Madeleine y director del Conservatorio de París, es decir, más o menos lo contrario a un ayatolá dispuesto a dar el alma y la vida por su arte. Algún académico revirado habrá que le reproche no haber muerto de tuberculosis a los treinta años, pero hacedme caso a mí, que para eso soy vuestro anfitrión: Fauré garantiza horas de sano y exquisito deleite, y más cuando te lo tropiezas de primeras.

Música de arpa y flauta, flauta y arpa en nuestro blog, apta para toda clase de manicomios. Igual tenéis alguno en la habitación de al lado, ahora que es época de exámenes y con la Selectividad a la vuelta de la esquina…

Sicilienne, op. 78/ Gabriel Fauré
Sicilienne, op. 78 / Gabriel Fauré
Flauta: Nora Shulman; arpa: Judy Loman

Más música redonda de Gabriel Fauré:

“Berceuse, op. 16” (1880), “Pavane” (1887) e “In paradisum” (Requiem en ré mineur, 1888).

6 comentarios sobre ““Sicilienne, op. 78” de Gabriel Fauré

  1. Pepeto Contestar

    ¿«Sicilienne» significa «siciliano»? Verdaderamente esta obrita produce una impresión bucólica y agreste, casi mitológica. Por alguna extraña razón que no ahora mismo no puedo explicarme, cuando la oigo, mi subconsciente casi me obliga a ver verdes prados entre montañas, paisaje neolítico situado entre Catania y Siracusa, razonablemente poblado de indolentes flautistas y arpistas recostados entre cabras e injertos de naranja que originan la leyenda de las manzanas hespérides.
    Lo que sucede es que es una foto fija; no la acompaña narración alguna. La música de Fauré no ha conocido aún el manierismo; inútil, cambiar de ángulo para verla; es plana, un papel doblado. Acaba igual que comienza, y en medio, variaciones intrascendentes. Toda la magia de la obra se cifra absolutamente en sus once primeros minutos. Son buenos; pero no, geniales.

    • Música y ajedrez de diez Autor del artículoContestar

      Con lo de los once minutos me he perdido: ¡si no llega ni a los cuatro! Y sí, no es que haya cambiado el rumbo de la Historia de la Música, pero tiene la virtud de evocar todas esas cosas que usted cuenta, lo que no es poco mérito. Además, como comprenderá, si les pongo a los internos La consagración de la primavera me tiran seguro por la ventana.

    • Música y ajedrez de diez Autor del artículoContestar

      ¡Me ruboriza, amigo Pepeto, si soy de ciencias de toda la vida! Mis aventuras con la pluma se resumen en unos pocos breves ensayos para una revista de literatura fantástica ya extinta y un par de manuales técnicos. Chesterton, Borges, Kafka, Wilde… ¡esos sí escribían extraordinariamente, no yo!

      ¡Y además Aznavour, veo que no dispara con munición de fogueo! Por cierto, aprovechando para darle juego a mi lado Dr. Jekyll: ¿sabía que fue invitado de honor hace unos pocos meses en el Zurich Chess Challenge 2014, uno de los torneos de ajedrez más importantes del año? Aquí puede verlo fotografiado con Viswanathan Anand y Levon Aronian.

  2. Pepeto Contestar

    Lo de los “minutos” es un error; debiera haber escrito “segundos”, y en realidad, lo adecuado hubiera sido computar barras del pentagrama. Además, reitero el elogio hacia su escritura.
    Chesterton es acaso más sorprendente que Kafka, y es necesario leer las explicaciones de Borges para apreciar debidamente El castillo, La gran muralla, Ante la Ley y El proceso, con sus argumentos de postergación indefinida y anécdotas de subdivisión infinitesimal.
    Las fotografías de Aznavour son extraordinarias. ¿Sabía usted que empezó con Edith Piaf?

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